…lo tienen que decidir los cubanos de la Isla.»
Esa ubicua muletilla… (Por cierto, ¿las «mulas» son Isla, son Exilio o solo mulas son?)
Ayer en Supermarket TREEW [2], una empresa con base en Canadá que lleva comida a los cubanos de la Isla pagada por los cubanos del exilio, reparé en un acápite que no había visto antes: «Cenas a la carta».
Veamos.
Resulta que la asociación entre el supermercado de marras y el restaurante El Palenque, propiedad de la que se siente muy ufano el Estado cubano [3], permite ya no que desde el exilio enviemos muslos de pollo o «Combos de congelados» a nuestros parientes en Bauta, Placetas o Consolación del Sur.
No, ahora la sofisticación de las relaciones entre «la nación y la emigración» hasta nos permite decidir plato a plato, desde el entrante hasta los postres ―pasando por si pan con mantequilla sí o no―, qué come quien invitamos a cenar allá. Literalmente.
Llega familia cubana, se sienta a la mesa y no ve la Carta. La «carta» llegó antes por e-mail a la cocina.
«¿Qué van a tomar los señores?», preguntará el solícito camarero. «La Orden 3445 de Hialeah» o la «8971 de Madrid», responderán los comensales.
Veamos más. Atendamos a qué tal una cena para cuatro personas encargada por gusano para revolucionario completo, a medias o a regañadientes. Revolucionario bien hecho, medio hecho o poco hecho, para decirlo en jerga aplicada al caso.
Et voilà !
Por 107,69 euros o 144,82 dólares, Ud., estimado exiliado desprovisto de todos los derechos civiles en su país, ha decidido minuciosamente qué comerán en Cuba sus invitados, los cubanos que dizque deciden. Los únicos cubanos que decidirán y deciden, al decir de la muletilla.
¡Aplíquese, exiliado! ¡Cuando le tomen nota, no olvide decidir que les sirvan postre! Y sobre todo: ¡qué les sea dulce!
Oiga: ¡parece que Ud. sí decide!