El mundo que (no) se acaba en la Prefectura de Fukushima
Jorge Ferrer - 17/03/11Categoría: Actualidad, Media | Etiquetas: Agua corriente

Yo me recuerdo con 14 o 15 años escrutando el cielo de Moscú, donde vivía entonces, a la espera de que se levantara el hongo producido por la explosión de una bomba atómica. Tenía la certeza de que en cualquier momento lo vería alzarse sobre los edificios vecinos. Una certeza que en algunos días o a lo largo de algunas semanas era absoluta.
Y no es que fuera precisamente eso lo que me convertía en un adolescente algo lunático. Millones de adolescentes —y adultos y ancianos— que vivieron aquellos primeros años de la década de los ’80 en las grandes capitales a uno u otro lado del Telón de Acero compartieron ese miedo al Armagedón inminente. Un somero resumen de la impronta cultural de aquellos años «en los que se acababa el mundo» puede verse en este rincón de la web de la Universidad de Colorado.
Aquel peligro fue conjurado, felizmente. Y el fin del bloque soviético trajo la amenaza, muy exagerada y apenas creíble, de la libre disposición de las llamadas mininukes por parte de agentes terroristas. Asunto del que se han ocupado con moderado éxito el cine y charlatanes de toda especie.
Aún antes tuve ocasión, todavía en Moscú, de vivir la tragedia de Chernobyl. Por aquellos años el puesto que ocupaba mi padre en una institución financiera internacional me regalaba la dicha de leer cada fin de semana la prensa occidental que él traía a casa. No era poco, viviendo bajo la censura soviética, dedicar las tardes del sábado o el domingo a la lectura de Financial Times, Newsweek, US News & World Report y, muy especialmente, costumbre que todavía alimento, la sin par The Economist. Todas ellas cubrieron el accidente de la planta nuclear en Ucrania con isotópicos pelos y amenazantes señales. Luego, a pesar del criminal secretismo de las autoridades comunistas, también conocí ese miedo venido del átomo.
Todo eso había quedado atrás, mero recuerdo de la adolescencia y la primera juventud, hasta la histérica abundancia de los medios acerca de los peligros que nos llegan desde la Prefectura de Fukushima. Los medios europeos, ojo. Titulares como maldiciones bíblicas —charlatanería encaramada al pedestal de fango de los periódicos; politiquería fitomedieval; periodismo convertido en antropología para escolares —toda esa insufrible letanía sobre el savoir-être nipón: gente que, ¡fíjate tú!, ni llora ni asalta supermercados——, cuando no en mera proyección de las aventuras de un Godzilla al que apenas se ha visto escama, o dos.
¿Y saben qué? Harto estoy. Luego, métanse Prefectura, díscolo átomo, fisura en el contenedor y jolgorio fin-del-mundista por la misma primera plana donde les quepa.
Ni los japoneses, las víctimas de ahora o las que sean mañana, merecen ser reducidos a meros figurantes de los histéricos vicios de los lectores de periódicos de la mañana en Barcelona o París, ni mucho menos todos los lectores que todavía vamos a abrevar a esas charcas de papel merecemos se nos avise que debemos ir contratando a stalker.
© Ilustración: Tsunanime, cortesía de Álen Lauzán
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Cada vez más los medios de expresión y comunicación convencionales y ciber-advenedizos se tornan en un factor con gran peso para agravar las circunstancias en una crisis.
Veamos lo de Japón y lo de Libia.
Se acusa a las autoridades japonesas de guardarse información cuando la realidad es que se carece de ella en cuanto a los puntos del estado de los núcleos e incluso de las primera barreras en los 4 reactores afectados.
Mejor no lo han podido hacer los japoneses en plena crisis. Habría que recordar el caos en Haití e incluso la incivilidad de muchos chilenos que aprovecharon para saquear comercios y residencias vacías.
Pero la generalidad de medios periodísticos, mesas de debates, twiteros de moda que han recuperado la sintaxis del telegrama, foros y blogueros hablan con gran desconocimiento desde una postura antinuclear, oportunista y como siempre “políticamente correcta”.
Contribuyen con sus alarmas infundadas aunque veladas al empeoramiento de los mercados, al acaparamiento de útiles innecesarios e inservibles por parte de gente alejada del problema. incluso aquí en estados Unidos.
En la avalancha de información sin base y catastrofista a futuro, apenas se oyen voces de sosiego que sitúan la realidad en su verdadera perspectiva. Hasta ahora nada grave ha sucedido, aunque lo sucedido es potencialmente peligroso. Los acontecimientos pueden avanzar en una u otra dirección. Los esfuerzos aunados, en esto sí, de la comunidad internacional para el decisivo enfriamiento de los reactores sus núcleos y sus piscinas pueden dar fruto en una o dos semanas y comenzar el declive térmico y el alivio definitivo. Sembrar el desasosiego, el miedo, los anuncios apocalipticos pueden tener -como no- efectos contraproducentes en la eficiencia armónica que hay que desarrollar con firme voluntas, decisión y tenacidad. Claro que el mundo no se acabará en la Prefectura de Fukushima, a pesar de la contribución generosa de los medios sensacionalistas y el deseo solapado, tal vez inconsciente, a sabotear la confianza y entorpecer la labor de los héroes que se enfrentan al pelñigro potencial, y algunos pocos al ya real.
Con Libia seré más breve. Sin saber a ciencia cierta que grupos, tribales o no, iniciaron la revuelta armada. Armada, los medios alimentaron a la opinión pública a presionar irresponsablemente hacia una injerencia prematura. La Liga Arabe y el Consejo de Seguridad de la ONU lo han estado pensando. Hoy, la aparente recuperación del régimen de Gadafi hace dudar si una intervención militar no hubiera corrido la suerte de Irak: una victoria pírrica y un pais desorientado, que por las condiciones específicas de su población y composición tribal se supone que persigue la democracia, lo que allí es casi tan utópico como el propio Tomas Moro. Lo que pasa es que a Estados Unidos, siempre algunos sectores le echaran la culpa y le darán palos porque boga y palos porque no boga (ver Andy).
La gran tragedia provocada por la naturaleza en Japón ha servido para que la atención mundial se desvié de la tragedia provocada por los hombres en Libia.
Hemos visto impotentes como el tirano libio apoyado por mercenarios extranjeros masacra su pueblo ante la inacción de las democracias occidentales, las cuales en su mayoría solo han puesto trabas a lo que podía no solo haber liberado a Libia de quien lo tiraniza sino al mundo de un terrorista probado y confeso.
En cuanto a la actuación de la administración Obama la considero realmente lamentable, después de los llamados a el Gadafi para que abandone el poder, cuando este se negó y comenzó la matanza de todo el que le olía a opositor todo el esfuerzo se concreto a reuniones y conciliábulos sin ningún resultado. Y es que si para el resto de lideres de los países democráticos es vergonzoso lo que pasa en Libia lo es aun más para Obama, que con su discurso en la Universidad del Cairo en el 2009 ha influido en el movimiento que se ve en los países árabes y que además promovió la doctrina de la intervención humanitaria y al que la historia vinculara por siempre con este hecho.
La falta de acciones adecuadas y firmes en Libia han envalentonado no solo al Gadafi, sino al resto de los tiranos, que ven que la actuación ante las rebeliones de sus pueblos no es el camino que siguió Egipto, sino el de la represión mas sangrienta, lo que ha quedado demostrado con los recientes sucesos en Bahréin donde la monarquía saudí, sin acuerdos internacionales ni largas reuniones ha desplegado sus tropas para sofocar las protestas allí existentes, haciendo caso omiso a los llamados de Obama, al que ahora posiblemente ven solo como un solo molesto predicador que no es capaz de sustentar sus palabras con hechos.
Pero hay otro aspecto aun más preocupante y es la utilización de esta clara falta de acción de los países occidentales por los extremistas islámicos para mostrarse como la única opción que tienen estos pueblos para librarse de los tiranos y alimentar sentimientos antioccidentales con el abandono en que los mismos fueron dejados.
Aun no es del todo tarde para tomar las medidas que puedan corregir el error en que se ha caído, de no hacerse lo correcto esta será — como fue la falta de acción a tiempo en Kosovo para Clinton — algo que a Obama le pesara por siempre. Y si fue un craso error la intenvencion en Irak, ahora con el apoyo de la inmensa mayoria de la opinion en USA y el mundo, permitir que el Gadafi derrote a la rebelión contra su tiranía a sangre y fuego es peor que un crimen: es una estupidez.
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