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Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Bruno, Rodríguez también

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A mi fiel Bruno, esa noble criatura, le ha quitado el apetito la reacción de Silvio Rodríguez ante el affaire Pablo en Miami. Este Silvio vs. Pablo que el primero ha ido desgranando en la sábana de comentarios de su blog [2], como quien opina de boxeo desde fuera del ring, pero soltando guantazos. (Los comentarios de Silvio, en accesos más directos aquí [3] y aquí [4].)

A sus tiernos dos años y piquito de edad, el bueno de Bruno conoce pasablemente la cancionística de ambos trovadores. Descendiente tal vez de aquel can que daba razón de ser a los gramófonos His Master’s Voice, tiene un privilegiado oído musical y se ufana de melómano, alarde que le ha valido montar con placentero éxito a un par de caniches snobs del vecindario, hembras las dos. Quienes se asomen a las listas de su cuenta en Spotify Pet Premium [5] verán que ambos vates, Silvio & Pablo, tienen allí su asiento. No creo que se decante por uno o por otro, que sea «silvista» o «pablista», y no me atrevo a preguntárselo a estas horas después de los dos malos días que lleva.

—Bruno, desmaya ese tragiquismo, asere —le dije esta mañana mientras desayunábamos. A Bruno le hablo en cubano por aquello de hacer patria, aunque sea patria de perros—. ¿Qué más te da que Silvio quiera seguir siendo Silvio y a Pablo le haya dado por ser cada vez más Pablo?

—Ese singáo de Edmundo —ladró por respuesta y se rascó el flanco izquierdo buscando pulga que no vive ahí—. Dame su e-mail que le voy a escribir ahora mismo.

—Deja a Edmundo tranquilo que si te responde no vas a entender lo que te escriba. Y te lo digo por experiencia. ¡Y no ladres malas palabras, chico!

—Ese singáo de Edmundo —repitió, sordo a mis humanas razones.

—Edmundo no tiene culpa de nada —intenté tranquilizarlo—. Además, ¿desde cuándo perro come perro?

—Todo iba tan bien, compadre —ladró apenas con las orejas gachas. Cuando se pone melancólico, a Bruno se le pone cara de Schopenhauer—. Teníamos a esos dos trovadores bien encaminaditos. Silvio con sus críticas sosas pero eficaces en La Habana; Pablo con las suyas en el extranjero, más subiditas de tono. Y todo en los periódicos cada vez que piaban o pitaban. ¿No viste el editorial que publicó la revista Pelo, pico y pata [6] de julio pasado? Era un ocaso perfecto y bien administrado. Singáo Edmundo.

—Tómatelo por el lado bueno, Bruno. Cada vez que los revolucionarios polemizan habrá más revolucionarios que adopten la posición del díscolo. Es una win-win situation. ¡No falla!

Saltó del butacón y se extendió sobre la alfombra.

—¡No falla! —ladró—. A ustedes lo único que nunca les falla es el gusto por hacer el ridículo. Pablo Milanés escribiéndole a Edmundo, al singáo de Edmundo, —«¡Esa boca, Bruno!», lo interrumpí— y ustedes felices y contentos con el show. Ahora Silvio no volverá a escribirse con Carlos Alberto Montaner. ¡Con lo que a mí me gustaba frotarme contra el laptop cada vez que se querían!

—Siempre se pierde algo, sí —admití—. Pero sé positivo, perro, coño. Goethe pidió más luz cuando agonizaba. Nosotros la estamos teniendo…

—¡Goethe ni Goethe ni la cabeza de un dálmata con garrapatas! Sácame a mear, anda… —me pidió.

—Además, fíjate que he leído en el blog de una importante… —avancé para darle ánimos, pero me cortó irguiéndose sobre sus cuatro patas.

—Grr… —gruñó—. Cagaré también, de paso.

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ACTUALIZACIÓN:

Y pica y se extiende. Pablo le responde a Juan Pin lo que cree de las diatribas de Silvio y el segundo publica las respuestas en su blog [8] y pide a Cubadebate que lo imite.

¿Cómo se dirá “Continuará” en jerga nuevatrovesca?

“La era está pariendo un dramón”, me apunta Bruno.

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