Cuba en España: historia, periodismo y literatura
Jorge Ferrer - 16/05/11Categoría: Letra impresa, Literatura, Memoria

Regresé anoche de Madrid con ejemplares olorosos a imprenta.
Peleando con los milicianos. Crónicas, de Pablo de la Torriente Brau, en edición que prologué y anoté para la editorial Verbum, llega a librerías.
El libro recoge la totalidad de las crónicas que el periodista cubano escribió durante su breve paso por la Guerra civil española y una serie de suculentos anexos.
Se trata de la segunda colaboración que emprendo con Pío Serrano y Verbum. La primera fue la edición de Diario íntimo de la Revolución española, de José María Chacón y Calvo.
En ambos casos hemos publicado libros escritos por autores cubanos implicados de manera crucial en la historia de España que iluminan la liaison histórica entre ambos países y dejan ejemplar y singular constancia de ella.
¿Otra buena noticia? Habrá más.
Sigue el prólogo que escribí para la edición de Pablo de la Torriente Brau, Peleando con los milicianos. Crónicas, Verbum, Madrid, 2011. (Esta versión para ETDLV prescinde de las notas que aparecen en el libro.)
El libro está disponible en librerías o se sirve escribiendo a la Editorial Verbum.
«¡Que hable el cubano!»
Por Jorge Ferrer
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
Porque este es de los muertos que crecen y se agrandan
aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
Miguel Hernández, «Elegía segunda»
El escritor cubano Pablo de la Torriente Brau llegó a España a mediados de septiembre de 1936. Contaba treinta y cinco años y viajó al país que comenzaba a padecer los horrores de la guerra con varios propósitos entre los que el periodismo no era más que uno. Viajaba a escribir sobre la «revolución española», pero también a aprender de ella. Era uno más de tantos cronistas que quisieron retratar la guerra española desde el bando republicano.
Apenas tres meses más tarde, el 19 de diciembre, caía en combate en Majadahonda Pablo de la Torriente Brau. No caía un periodista, sino el comisario político del Batallón de Valentín González, «El Campesino».
Poco más de noventa días bastaron para que mudara su misión en España, para que el corresponsal muriera como un miliciano más. Los mismos días ―cortos y trepidantes― que le permitieron dejar una huella profunda en los intelectuales que trató y los hombres y mujeres junto a los que luchó. Los poetas Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez o Rafael Alberti le dedicaron palabras hermosas. Sus compañeros de armas velaron su cadáver como quien custodia un tesoro.
Sin figurar entre los cubanos más señalados en la guerra por sus éxitos militares ni haber alcanzado a participar en los congresos «en defensa de la cultura», como otros intelectuales cubanos, y sin alcanzar a sobrevivir la guerra para narrar después sus vivencias en novelas o memorias, Pablo de la Torriente Brau es sin dudas el más emblemático de los cubanos que lucharon por la República española.
Se lo debe a su arrolladora personalidad que marcó a cada uno de los que lo conocieron. Y también, de manera señalada, a las extraordinarias crónicas que escribió durante aquellos breves noventa días que vivió con la prisa con que se camina hacia la gloria.
Pablo de la Torriente Brau nació en San Juan de Puerto Rico el 12 de diciembre de 1902. Su padre, «hijo de cubano y cubano él por sus sentimientos» , había nacido en Santander y se trasladó a Puerto Rico para servir de secretario al último gobernador español de la isla. Ocho años más tarde la familia se traslada a Santiago de Cuba. Antes, Pablo de la Torriente Brau tuvo ocasión de hacer su primer viaje a España a donde, escribe su hermana, «siempre anheló volver».
Esencialmente autodidacta, Pablo de la Torriente Brau comienza muy pronto a hacer un periodismo que descoloca a sus colegas y encandila a los lectores. Y desde el principio, lo hará simultaneando su doble condición de cronista y activista social. Inmerso en las luchas políticas del convulso período de gobierno de Gerardo Machado, Pablo de la Torriente Brau participa en la colosal manifestación estudiantil del 30 de septiembre de 1930 y allí es herido en la cabeza. A su lado muere el joven estudiante Rafael Trejo, convertido en icono de las luchas estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado.
Si hasta 1930 Pablo de la Torriente Brau era «perfectamente desconocido» ―así lo anotó él mismo en el prólogo a su primer libro de cuentos, Batey, aparecido a principios de ese año―, a partir de entonces se situará en el vórtice de la lucha contra Machado y los gobiernos que se sucedieron tras la caída de quien su amigo Rubén Martínez Villena llamó «asno con garras». Su figura, su voz y sus artículos encendidos se tornan ubicuos. El 3 de enero de 1931 De la Torriente Brau acude a una crucial reunión del Directorio estudiantil universitario. No llegará a ella. Le tocaron «105 días preso», como tituló la crónica que publicó por entregas el habanero diario El Mundo. Apenas unos meses más tarde vuelve a la cárcel, esta vez al panóptico penal de Isla de Pinos, el Presidio Modelo. También esa segunda experiencia cobra peso literario con el libro intitulado precisamente Presidio Modelo, una denuncia feroz de la represión política en Cuba bajo el régimen machadista. Un libro que permaneció inédito durante treinta y dos años. En Madrid, sabemos que De la Torriente Brau intentó, sin éxito, se publicara una edición española de Presidio Modelo con la mediación de Julio Álvarez del Vayo, a la sazón ministro de Estado del gobierno republicano. Póstumamente se publicaron en La Habana Historia del soldado desconocido cubano (1940), una breve novela de corte satírico, y Pluma en ristre (1949), recopilación de artículos y relatos.
La inestable situación política cubana, especialmente tras el fracaso de la huelga de marzo de 1935, lo obliga a marchar al exilio en Nueva York. Allá continúa sus actividades políticas y funda, junto a otro grupo de cubanos, la Organización Revolucionaria Cubana Antiimperialista (ORCA) y el club Julio Antonio Mella. Las cartas que escribe a sus corresponsales en La Habana u otras ciudades de EE.UU. dan fe de la dureza de un exilio que le resultaba penoso y, sobre todo, consideraba estéril. «La revolución está “en el punto muerto”; está como esas ruedas de los camiones atascados, que giran en el aire inútilmente», escribe a Carlos Martínez, un miembro de ORCA exiliado en Miami Beach. En esa misma carta, fechada el 28 de julio de 1936, unos párrafos más adelante, señala hacia dónde se dirigían entonces sus afanes políticos: «…ahora me consuelo con la revolución española. Nosotros hemos cometido una pifia al no irnos para allá hace algún tiempo» . Cinco días más tarde otra carta da fe de la misma sensación de hastío ante la ausencia de actividad política en Nueva York ―«Todo está muerto. En el Club no hay nadie…»― y revela el camino que se ha trazado para llegar a España: «…estoy haciendo gestiones a todo vapor por conseguir que algún periódico me envié a España como corresponsal de guerra». Seguidamente, De la Torriente Brau anota el fondo de su motivación, que no pasaba únicamente por la defensa de la República española: «Allá, aparte de la gran experiencia a mi vista, creo firmemente que puedo hacer por la revolución cubana mucho, pues parece claro que la revolución española tiene en Cuba profundas repercusiones y se le podrá sacar lascas innúmeras, de lección, en beneficio de todo nuestro pueblo». La idea de la utilidad que la guerra de España podría tener para la guerra que De la Torriente se proponía librar en Cuba aparece una y otra vez en las cartas que escribirá en esos últimos días de afanes con los preparativos. La traslación a Cuba de la experiencia de una «lucha entre milicias populares frente al ejército» le parece natural: «a esa lección se le puede extraer extraordinario provecho», escribe a Raúl Roa. También, en otra carta: «..la revolución española, para Cuba, es como cuando uno va al cine a ver lo que quisiera ser de valiente, hermoso y triunfal» . No se trata de una insistencia gratuita: las cartas dan testimonio de la resistencia de sus compañeros de lucha que prefieren verlo viajar a Cuba en lugar de marchar a España: «Me parece que ninguno de ustedes ve el proyecto de mi viaje ni en su justa proporción ni en su real sentido. La impresión que me dan las argumentaciones de ustedes es de que piensan que no es sino una aventura más o menos temperamental y agradable». Enfebrecido por su decisión ya incontrovertible, De la Torriente Brau responde a esas críticas subrayando la dimensión que le calibra a la guerra librada en España y a su importancia para Cuba y el resto de naciones latinoamericanas: «No discuto que puedo (…) ser más útil en Cuba, para Cuba, hoy, que en España. Pero tú olvidas la importancia fundamental, para mí irrebatible, de que hoy en España se están, en proporciones poderosas, aclarando el problema de la gran disyuntiva planteada al mundo desde octubre de 1917, y de cuya solución penderá la vida, particularmente de todos los países coloniales y semicoloniales… Yo voy concreta y específicamente a España por nosotros; por la importancia que considero tiene para nosotros aquella lucha y la necesidad de conocer su desenvolvimiento…, la fuerza inspiradora de un pueblo decidido a morir». Veintitrés años después de su caída en combate, su madre, Graziella Brau, volvió sobre el asunto en una entrevista que concedió a Pablo Armando Fernández en La Habana para sentenciar: «(Pablo) Se fue a España para aprender a hacer una revolución y traérnosla a su Cuba».
La búsqueda de corresponsalías que le permitieran pagarse el viaje hasta España se convierte en actividad febril. Y coronada por el éxito. La primera se la otorga el periódico New Masses, «que me pagará diez pesos por crónica». New Masses, una célebre publicación cercana al Partido Comunista de los EE.UU., se volcó con la guerra en España. La nómina de sus colaboradores incluyó a Ernest Hemingway, Upton Sinclair, John Dos Passos o Ezra Pound. La segunda se la ofrece El Machete, órgano del Partido Comunista de México que comenzó su andadura en 1924 de la mano de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
Con esos dos avales Pablo de la Torriente Brau se embarca hacia España. Según una de las últimas cartas escritas en Nueva York, se proponía hacerlo «el 27 (de agosto), en el “Lafayette”, vía El Havre» . Su hermana Zoe, no obstante, asegura que viajó algo después, a saber, el 1 de septiembre de 1936 en el «Île de France». Con todo, diversas fuentes sostienen que fue el primer hispanoamericano que cruzó el Atlántico para sumarse a la Guerra civil española.
Sí fue sin dudas el primer cubano que lo hizo. El primero de un contingente de al menos 1.056 naturales de esa isla, de los que 850 salieron de La Habana y el resto lo hicieron desde Estados Unidos o se encontraban ya en España ―unos 170― al estallar la guerra. Es significativo, cuando se trata de resaltar el carácter pionero del viaje de nuestro cronista que no fuera hasta el 15 de abril de 1937 que saliera de Cuba el primer grupo de cubanos que viajó a España respondiendo al llamado de la Internacional Comunista.
Antes, De la Torriente Brau viajó sin partido, aunque ya lo había tomado.
La primera carta escrita desde España está fechada en Madrid el 25 de septiembre de 1936. En ella afirma que llegaba a la capital «después de varios días en Barcelona». Y, en efecto, la primera de las crónicas que escribió en España está fechada en Barcelona el 20 de septiembre.
Las catorce crónicas escritas por Pablo de la Torriente Brau durante su brevísimo paso por la Guerra civil española permiten seguir el itinerario que eligió ―hasta donde se elige algo en medio de una guerra. Tras pasar unos días junto a las tropas mandadas por Francisco Galán en Buitrago de Losoya, y realizar varios viajes a Madrid en busca de entrevistas que le permitieran introducir en sus crónicas a los protagonistas de la resistencia del bando republicano, De la Torriente Brau se deja envolver por la contienda y es nombrado Comisario de guerra en la Brigada de Choque de Valentín González, «El Campesino».
La actividad del cubano ―corresponsal y miliciano; miliciano y corresponsal― es de veras frenética. Lo vemos entrevistándose con el general Álvarez del Vallo, comiendo con Marañón y Menéndez Pidal, visitando a José María Chacón y Calvo ―eminente hispanista a la sazón secretario de la Legación de Cuba en España― o a Lino Novás Calvo. Lo sabemos acudiendo a la sede de la Alianza Intelectual Antifascista, donde le conoce el poeta Miguel Hernández, hablándole al enemigo parapetado al otro lado de la estrecha línea del frente ―¡Que hable el cubano!, pedían desde el otro lado―, asistiendo a bombardeos en la Sierra, en Barajas, escuchando el tableteo de los cañones a las afueras de Madrid ―«¡Si oyeras cómo truena el cañoneo! Parece que están sacudiendo todas las alfombras de Madrid»―, desentrañando la compleja maraña de fuerzas que formaban el bando republicano, admirando los discursos de Indalecio Prieto, «de corte leniniano por completo», planeando escribir todo un libro sobre «El Campesino» y sus hombres que pensaba titular La leche de Buitrago, organizando actividades culturales festivas «para levantar el ánimo a los hombres»…
Decididamente, el corresponsal que iba a dar parte de la guerra se ha convertido él mismo en «parte» de la guerra. Y apenas tiene dudas de haber elegido la senda correcta. «…(M)i cargo de Comisario de Guerra con Campesino», escribe en carta fechada el 15 de noviembre, «acaso sea un error desde el punto de vista periodístico, puesto que tengo que permanecer alejado de Madrid más tiempo del que debiera, pero, para justificarme plenamente, comprenderás que en estos momentos había que abandonar toda posición que no fuera la más estrictamente revolucionaria».
Precisamente a Valentín González dedicó De la Torriente Brau una espléndida crónica aquí recogida. Crónica que seguramente contiene in nuce el libro que la muerte le impidió escribir. Con todo, tal vez pudo habérselo impedido la historia, tan pródiga en regalarnos sorpresas y tan pródiga en sustos cuando se trata de trasegar con los dos horrores totalitarios del siglo XX.
La historia quiso que Valentín González, «El Campesino», terminara siendo un anticomunista contumaz y, luego, despreciado por sus antiguos compañeros de armas. Trasladado a la Unión Soviética, sufrió allá, como tantos occidentales que simpatizaron con el régimen de los Sóviets, la represión estalinista. No es este el lugar donde narrar esa historia. Conviene, sí, anotar que Valentín González, cuya bravura cantó De la Torriente Brau antes de que perdiera el favor de Dolores Ibarruri y demás jerarcas del exilio comunista español en la URSS, padeciera los rigores del GULAG y consiguiera escapar milagrosamente de la Unión soviética fugándose a Teherán y después a París, guardó para aquel cubano que luchó y se dejó la vida bajo sus órdenes un recuerdo grato.
«El Campesino», por cierto, tentó a más plumas que la de Pablo de la Torriente Brau. Ernest Hemingway e Ilyá Ehrenburg también describieron su fuerte personalidad y su arrojo. Sus cuitas en la URSS, donde sobrevivió de puro milagro, las narró él mismo en colaboración con Julián Gómez García en Yo escogí la esclavitud.
Con todo, lo cierto es que «El Campesino» no olvidaba al cubano cuyo cadáver, según algunos testimonios, rescató con riesgo para su propia vida. Una carta de José María Carbonell a la familia De la Torriente Brau en La Habana da sobrada fe de ello: «Por aquí anduvo El Campesino. Supongo que habrá ido a conocer a la familia de Pablo. ¿No han hablado ustedes con él? Yo no pude verlo personalmente; pero lo oí por radio, donde después de su discurso contra los comunistas, recordó a Pablo con verdadera y honda emoción. Citó varios nombres de revolucionarios y guerrilleros republicanos, pero de Pablo habló largamente. Dice que el pueblo español conserva sus restos en urna de bronce para entregarlos al pueblo cubano cuando llegue la ocasión. Tuvo frases muy bellas. Dijo que la pluma de Pablo hacía mayores estragos que toda una batería de artillería; y que fue determinante en el abastecimiento de víveres y municiones que fluían a España de los países de habla castellana; pero que Pablo estuvo siempre ansioso, desde que pisó suelo español, de cambiar esa pluma maravillosa por el fusil…»
Valentín González viajó en efecto a La Habana en 1951 invitado por la Confederación de Trabajadores de Cuba y fue recibido por el entonces presidente Carlos Prío Socarrás. Atacado allá por republicanos que lo consideraban un traidor al ideario comunista se defendió con saña. Sin embargo, no se privó de tener palabras elogiosas para Pablo de la Torriente Brau, de quien sostuvo que «murió como un héroe». No será, por cierto, el último encuentro del extremeño y el cubano. Cuando en 1962 se publican en La Habana las crónicas recogidas en este libro, la última, la que Pablo de la Torriente Brau dedicó a cantar la gloria de su jefe fue omitida. También se omitieron todas las menciones a «El Campesino» en la correspondencia del cubano que insertaba aquella edición. Para los ortodoxos censores cubanos la relación entre el inmaculado luchador comunista Pablo de la Torriente Brau y Valentín González era una mácula que convenía expurgar de la memoria.
Honda fue también la impresión que el cubano dejó en los intelectuales españoles con quienes lo cruzaron sus afanes de cronista o su condición de Comisario político y entrañables son los ecos generados por ese conocimiento breve, pero tan intenso como la propia guerra. Y la conmovedora «Elegía segunda» que Miguel Hernández dedicó a «Pablo de la Torriente, Comisario político» no es el único asiento de ese agradecimiento.
Tal vez estas palabras de Juan Ramón Jiménez resuman como ningunas otras el reconocimiento póstumo que recibió Pablo de sus colegas de las letras:
«…ningún hombre, ni uno solo, que sea del lado y de la cara que fuese, y sea el que fuere, su acuse de destino, se atreverá a dudar ni a sonreír pública ni íntimamente de la fe, la esperanza, la caridad, el noble heroísmo de otro hombre palpitantemente joven y poeta, que deja una hirviente paz y su patria viva para morir con el corazón en la mano, por el mundo que sueña, en otra.
»Esta vez, la otra patria ha sido España, el héroe, un cubano: Pablo de la Torriente. Yo, como español del mundo que él soñaba, me inclino ante el ejemplo jeneroso de su muerte».
Sirva la lectura de estas crónicas escritas cuando España fue sacudida por el «enfrentamiento armado de dos filosofías obstinadas y totalitarias», el comunismo y el fascismo, para evocar la memoria de un hijo de Cuba que se dejó la vida por una idea de la libertad.
Una idea como otra cualquiera de esas que conducían a la muerte en aquellos años convulsos. Pero no al olvido.
Jorge, gracias de nuevo por esta recomendación. Ya tengo en mi biblioteca -por otra recmendación tuya- el excelente “Diario íntimo de la volución española” de José María Chacón y Calvo.
Ahora voy a buscar a la librería este “Peleando con los milicianos” de Pablo de la Torriente.
(Mientras tanto, con permiso, me llevo tu referencia a mi’Facebook).
Corrección:
En mi mensaje anterior, en la segunda línea (título del libro), debería decir: “Diario íntimo de la revolución española”.
Disculpen y gracias.
Debo leer de nuevo las crónicas de PDT con detenimiento. Las leí en La Habana, hace muchos años ya. Lo repito, debo leerlas de nuevo. Creo que vivió poco tiempo la experiencia de esa guerra. Pero después de conocer más sobre los atroces crímenes perpetrados por ambos bandos, me pregunto si PDT fue un buen cronista, o un buen militante. Talento literario aparte, que lo tuvo.
Magnifico ese prólogo Ferrer, magnifico.
Pablo de la Torriente Brau vivió en el apartamento de los padres de Nitza Villapol en New York. Ahí había siempre un cuarto para los compañeros de lucha-el padre de Nitza era militante del PSP-y elogiaba mucho a la madre de Nitza porque cocinaba con rapidez, al minuto, le decía. De ahí surgió el nombre de ese programa, pues cuando Pumarejo se lo propuso a Nitza la madre sugirió ese nombre.
In fact your creative writing abilities has inspired me to get my own blog now. Really the blogging is spreading its wings quickly. Your write up is a