Jorge Ferrer - 28/11/20
Categoría: Arte, Cambios en Cuba, Democracia, Literatura, Oposición, Poscastrismo, Poscomunismo, Transición | Etiquetas: #FreeDenis, Columna Cultural, DDHH en Cuba, Movimiento San Isidro, Néstor Díaz de Villegas, Oposición en Cuba, Performance en Cuba, Poscomunismo, Wendy Guerra
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Anoche desde Barcelona organizamos un encuentro con poetas, críticos, escritores y artistas cubanos en apoyo a los miembros del Movimiento San Isidro, cuyo desalojo, después de semanas de acoso, ha provocado una notable ola de indignación y movilización contra el régimen de La Habana.
Este fue nuestro encuentro, en el que leímos poemas y valoramos la situación, enviamos ánimo y nos solidarizamos, en un evento al que se sumaron desde Nueva York, Santiago de Chile, Miami, New Jersey, Los Ángeles, Madrid y Barcelona, Dean Luis Reyes y Wendy Guerra, Esther María Hernández y Néstor Díaz de Villegas, María Elena Blanco y Ernesto Hernández Busto, Ginés Górriz y Arsenio Rodríguez, Elina Vilá y Geandy Pavón, María Antonia Cabrera Arus, Leandro Feal y Camilo Venegas, Carolina Barrero y Alejandro Aguilar, Verónica Cervera y Pável Urquiza, Miguel Sirgado y yo mismo, Jorge Ferrer, entre otros.
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Jorge Ferrer - 10/03/20
Categoría: Agua corriente, Arte, Cambios en Cuba, Oposición, Poscastrismo | Etiquetas: Arte en Cuba, DDHH en Cuba, Luis Manuel Otero Alcántara, Oposición en Cuba, Performance en Cuba
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La «solución biológica» sólo era biológica*
Por Jorge Ferrer
Luis Manuel Otero Alcántara nació en 1987. Nació en El Cerro, un barrio de La Habana, Cuba. Un niño pobre en un país periférico con ínfulas. Treinta años después lo quieren meter en la cárcel, porque domesticar a un niño pobre prestándole un par de sueños y encaramándolo en el carril de la excepcionalidad es fácil, pero no resulta con todos. Los hay que no quieren vivir de sueños prestados y alimentan los propios. Los que no quieren vivir en un país excepcional, sino en un paisito normal, regular, un país menos cómodo que un sofá, pero más amable que un cuartel militar con patio al norte de un canal de agua, estrecho. Y los hay también, menos, que perseveran por cumplir sus propios sueños, los alimentan como quien le echa maíz a una gallina bonita y con ese gesto empujan, a sabiendas, los sueños de muchos.
Con Luis Manuel el régimen que impone el orden mediante la dialéctica del palo y la zanahoria no tuvo suerte. Tal vez porque las zanahorias y los palos se han ido confundiendo en una misma arma y una misma vianda de puré. El poscastrismo, ese paisaje digital de recargas y remesas que vinieron a sustituir a la base y la superestructura de los clásicos analógicos, ha traído consigo un desparrame que le resulta al poder cada vez más incómodo. Y por mucho que las zanahorias sean golosas, ¡sobre todo la que tiene de orondo penacho la fake news de la excepcionalidad!, los niños crecen cada vez más ausentes, desasidos del pasado y conectados con un presente global donde lo mismo te arregla la noche Spotify que PornHub, donde aquella enciclopedia Tesoro de la Juventud se llama «El Paquete» y el Parque Lenin lleva el nombre de un tipo que se parece más a Leonardo DiCaprio que a cualquier otra figurita de la épica de ayer.
Es otro tiempo. Y el problema que tiene la Revolución con los Otero Alcántara es distinto que el que tenían con los artistas de los ochenta, los hijos de la Revolución. Con aquellos, con nosotros, la Revolución tenía un vínculo de parentesco. Pero los Otero Alcántara, de la Revolución ni siquiera son nietos. Han roto cualquier lazo familiar e incluso sentimental con ella. Para estos millennials la Revolución es el abuelo borracho y violador. El abuelo que solo les dejó ruinas en herencia. Un amigo cualquiera de Facebook en Hialeah les es más próximo que un abuelo en el CDR o la Asociación de combatientes. Más los desvela ganar un follower en Twitter, que perder al policía feo y bruto que los sigue por la acera de enfrente o pasa el rato con el codo hincado en el muro o la moto. La Revolución es para ellos una maquinaria extraña a la que solo le deben el wifi y los palos. Ambos dispensados en parques, que la Revolución fue siempre muy de plaza y muy de parque.
Otero Alcántara es una de esas supersticiones que los redactores perezosos o los biógrafos cursis llaman «un hombre hecho a sí mismo». ¡Qué jodido reto para una dictadura que opera con guion redactado por sus Eduardo del Llano de pelo cortado al uno! Vaya mala pata con que ese mulato salido de la miseria se bajara con el San Lázaro negro erguido en el Cerro, el Museo de la Disidencia y ese mural en el que los rostros del joven Castro y el Payá maduro forman parte de una misma serie cubana que inscribir en el pecho de una camiseta cualquiera. El castrismo lo podía fagocitar todo, ya fuera domesticándolo o empujándolo al exilio (cagar y tragar son momentos de una misma digestión de la diferencia). Pero parece que Luis Manuel Otero Alcántara raspa demasiado la glotis y el esfínter anal del poscastrismo, su trágalotodo y su mira-que-te-gusta-el-Dolphin Mall, mierdecilla.
Mira, allá en los noventa, nosotros cansados y vencidos, los que decían que sabían nos dijeron que lo de Cuba solo tenía una solución: la «solución biológica». Nos enjabonaron el lomo, convertida la Paideia en una Aletheia de tarjeta de embarque. «La “solución biológica” es la solución, amigos», nos aseguraron: «Morirán los Castro, ese Fidel que vibraba en las montañas se hará ceniza y polvo, y todo volverá a su benéfico flow con el Almendares lleno de sirenas antes jineteras y los delegados del Poder popular convertidos en munícipes de corbata, talco y buena dicción». La biología haría lo que la política no pudo. Solucionaría por fin lo que la guerra no alcanzó, ni vencieron la rabia, el hastío y la libreta de racionamiento.
Objeté entonces citando aquel delicioso dictum de Rafael Martínez Ortiz cuando Tomás Estrada Palma, fundándose la República, le aseguró que Cuba sería la Suiza de América. Y él le preguntó señalándole a la calle: «¿Y dónde están los suizos?» Pero nos aseguraron que no, nos animaron: la solución era la biológica. Y muerto el perro, se acaba la rabia y cosas así nos dijeron.
De aquello hace casi treinta años. Los mismos que cuenta Otero Alcántara, año arriba, año abajo. Y fíjate, sí, otra biología ha dado voces ahora. No ha dado de sí la biología que iba a convertir al dictador en cadáver, asunto felizmente verificado hace ya un lustro. La biología que clama ahora es la del cuerpo del artista que lo pone, lo arrastra, lo somete, lo impulsa, lo arriesga, lo tensa y lo ve encerrado en una celda. La biología de Luisma: su músculo, su nervio, su saliva y su orina. Ojalá que no también su sangre.
La única «solución biológica» que importa ahora es sacar ese cuerpo del abrazo del poscastrismo, de su saña punitiva y ejemplarizante. Hurtarlo a la venganza, la roña, el miedo de este tiempo que vino después, este tiempo de sobrevida que la historia, hoy un animalito clemente en tiempos de populismo, regaló al castrismo. Y ya después veremos cuán suizos somos y cuánto merecemos ser sujetos de una postiza Suiza cualquiera. Un país por cierto que, si lo llevamos a la escala de nuestra cubana, minúscula estatura, está lleno de Cerros.
Este texto fue escrito por encargo de Rialta Magazine y apareció primero en su web.
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