(Memoria y honestidad): Dos regalos de cumpleaños

- 26/09/12
Categoría: Mimbres de la Voz
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Cumplí años hace un par de días. Bobadas, porque en realidad apenas sumé uno más al calendario de mi vida. No es que se me encaramaran varios de golpe, no. Fue uno solo. ¡Bah! Uno es nada.

Dada la insignificancia del trámite, el día transcurrió como cualquier otro domingo. ¡Y, feliz simetría, recayó en domingo! Dormí hasta tarde, bajé a dar un paseo y a la vuelta compré un par de cajas de comida tailandesa en Wok Verdi. Y Coca Colas. Después cargué con el peso leve del Kindle, me bajé algo desde Amazon, leí un rato y a las cinco y media ya nos encaminábamos —con M.— de vuelta a la calle Verdi —BeVerdi Hills la llamamos en sorna los de Gràcia— a ver una película en el cine del barrio. Verdi, también.

La película —la «romana» de Woody Allen—, mala. Pero uno cultiva los viejos afectos, más si es día de cumpleaños, y se ríe y hasta da alguna patadita de aprobación cuando gag anticomunista. Uno es así. Uno tiene sus vicios. Casi todos nobles.

Salimos del cine y tomamos un par de copas. Charlamos. Que si el cumpleaños, que si esto, que si aquello, que si Woody Allen está acabado, el pobre, pero lo queremos, que si el cumpleaños.

Hacia las nueve de la noche volvíamos a casa. Dejamos atrás la calle Bruniquer y subimos por Escorial para alcanzar Sant Lluis y buscar la nuestra.

Y ahí apareció X. De repente. Desde el pasado.

Con X. comencé a trabajar cuando llegué a Barcelona hace diecisiete años. Colaboramos durante algo más de un lustro y nos despedimos de manera nada ortodoxa —si lo ortodoxo es despedirse con un abrazo— hace unos diez años. Jamás lo volví a ver desde entonces. Apenas supe de él durante el primer año de nuestro desencuentro. A partir de ahí se desvaneció. Una pena, porque nos unieron momentos extraordinarios. Pero la vida no es otra cosa que una sucesión de momentos extraordinarios y penas. Las buenas vidas, que las hay peores.

Charlamos unos minutos. Me emocioné, aunque supe disimularlo con mi legendaria cara de palo y las manos bien sujetas en los bolsillos. Los detalles de la conversación no les interesan a ustedes, así que nos los ahorro. Confirmé que pasaba por esa calle, a un tiro de piedra de mi casa y en mi cumpleaños, por una circunstancia totalmente azarosa. De hecho se lo veía como extraño en ella, como un viajero perdido en un paisaje ajeno. Estaba ahí, deduje, porque era un regalo que me hacía la vida en día en que cumplía años de cifra redonda. Un regalo con trampa, porque me obligaba a hacer memoria, a serla. (Cifra redonda, dije, y alguno querrá adivinarla. Me la callo, pero al que me dé 35 le consigo descuento en alguna tienda de Miami, Madrid o Barcelona, según IP y énfasis. Y al que me dé 40, lo mismo.)

No quedó ahí la cosa. Cuando X. se alejaba, sonó mi teléfono. Tengo instalado un timbre muy peculiar —la voz (auténtica) de un policía cubano llamando a «planta», pero de eso les hablo otro día. Esa llamada requiere flashback: la víspera de mi cumpleaños un muy pero que muy reducido número de familiares y amigos habíamos bebido una copa en mi casa. Brindamos cuando el reloj marcó la Medianoche. Z., allí presente, me había llamado a la mañana siguiente, la del día que nos ocupa, el del cumpleaños, para contarme que se había dejado la billetera en el taxi que lo devolvió a su casa. Perdió carnés y tarjetas e imagen de la Virgen del Cobre, y también una nada desdeñable suma en efectivo. Cuatrocientos euros, para ser más preciso en este guarismo que en el de los años cumplidos. Habíamos lamentado juntos esa pérdida y le recomendé llamar a las compañías de taxis y a la Oficina de objetos perdidos del Ayuntamiento de Barcelona, por si acaso. Lo descartó.

Y bien, mientras X. se alejaba y yo pensaba que el pasado es un animalito tierno, Z. me llamó para decirme que acababa de recibir la visita de un taxista que le traía su billetera intacta. Guiado por la dirección que consta en el documento de identidad, ese hombre que se gana la vida con dificultad en esta ciudad con más licencias de taxis que sonrisas, se tomó el trabajo de buscar a su cliente y devolverle la billetera.

Recibí unos cuantos regalos golosos en mi cumpleaños —¡di que treinta y cinco, dale!; ¡di que cuarenta al menos, porfa!—, pero la inopinada aparición de la memoria de mi pasado en esta ciudad y el testimonio de la integridad de sus ciudadanos fueron los más brillantes. Todavía refulgen.

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Simpatías

- 08/07/11
Categoría: Agua corriente, Mimbres de la Voz, Simpatías
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Hoy simpatizo con la guineana que se encontró saliendo del cuarto de baño a quien estaba llamado a ser el primer presidente judío de un país europeo; con la revista Otro Lunes que me avisa de su número 19 y me lo guardo para la mañana del sábado; con Murdoch, Jr. y su más que delicioso «This Sunday will be the last issue of the News of the World», frase en la que me sobran un par de mayúsculas; con los pobres a quienes Casey Anthony tenga como vecinos en cuanto salga de prisión; con todos los portugueses sin excepción —a tal contundencia ayuda que Saramago ya descanse en paz—; con Wendy Iriepa, transexual que en Cuba «duerme con el enemigo» y se gana las iras de Mariela Castro; con Coppola, cuyo El Padrino «restaurado» vengo de ver en el Verdi, rito que cumplo cada año aunque no siempre sentado ante pantalla de cine y copia proyectada en alta definición; con un par de tibetanos que me preguntaron una dirección hace un rato y se despidieron de mí dándome una suerte de bendición que a ver si cunde…

Día regordete y abofadito. Parece que hoy simpatizo con todo el mundo… Tendré que enmendarme mañana.

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Encontrar la frontera… y la esperanza

- 29/07/10
Categoría: Agua corriente, Mimbres de la Voz, Oposición, Poscomunismo, Transición
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(…)

―Tienes que ubicar la frontera que divide dos ámbitos bien distintos. Uno, donde rebelarse contra la tiranía de la nación es justo, es necesario y perentorio, es la única posibilidad de salvarse del provincianismo y el virus de lo municipal; otro, donde la renuncia al origen es pose, clownesca distopía, histriónica e impostada huída hacia ninguna parte. ¿Qué hay delante del payaso? Un coro de niños sin memoria que aplauden, un público cautivo. ¿Qué hay sobre su cabeza? La carpa que va de pueblo en pueblo… Ubicar esa línea y pararse sobre ella a horcajadas, un pie a cada lado, y con los brazos en jarras. La sombra que se dibuje en el suelo es lo que más se parecerá jamás a lo que buscas ser.

―…de pueblo en pueblo ―repitió Buenaventura.

(…)

De contra:

Esta fotografía de Ariel Sigler Amaya hoy en el Aeropuerto Internacional de Miami.

Ninguna me ha hecho concebir más esperanzas en el futuro de Cuba en lo que llevamos de liberaciones de presos.

Porque ahí están, a una, el testimonio del dolor y la alegría por el reencuentro.

Sobre la salida de prisión de Sigler Amaya, aquí.

La foto es de Reuters via Marc R. Masferrer @ Facebook

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