…es del subproducto discursivo más siniestro de la aniquilación del psicópata en Abbottabad. A saber, de la pertinencia de la tortura para arrancar confesiones a yihadistas o a quien sea.
Hay pocas cosas sobre las que no estoy dispuesto a discutir, asuntos a los que no dedico ni uñita de instante. Porque son asuntos que rebajan a quien los discute, ya no digo a quien los ejercita. Son escasos. El negacionismo del Holocausto, los discursos racistas, la justificación de cualquier tipo de violencia contra las mujeres… y la tortura. Creo que es todo.
Sobre casi cualquier otro asunto me muestro siempre dispuesto a debatir, entendido el debate como un espacio donde la humildad y la razón —la humildad de la razón— me dispongan a si no aceptar, sí al menos comprender la perspectiva de mi interlocutor.
Pero la pertinencia de la tortura —del waterboarding, por ejemplo— es asunto que no discuto. Y como hice esta tarde, me levanto de la mesa, como impelido por un resorte, dispuesto a abandonar el almuerzo y la charla.
Si incapaces de comprender su grosero error desde una perspectiva moral, los valedores de la tortura deberían someterse a ella voluntariamente. Probarla, vaya.
Christopher Hitchens lo hizo en una ocasión a iniciativa de Vanity Fair. Se sometió a una, ya verán cuan brevísima, sesión de waterboarding.
Obama ha dado por zanjadas las especulaciones, y los debates, en torno a la publicación de una fotografía del cadáver de Osama bin Laden. Ha decidido guardárselas.
Se crea así una desusada situación: en un mundo superpoblado de imágenes se nos hurta la de la escena que cierra diez años de titulares en los periódicos y largos, larguísimos millones de dólares empleados para llegar al set donde pudo ser tomada por fin —¡click!
Luego, la imagen del cadáver se convierte en la carencia de esa misma imagen. El previsible, y ya descrito, rostro deformado por una bala disparada a quemarropa, la frente abierta, los sesos desparramados quedan en la sombra de los despachos de Washington, ofreciendo un reto a los wikileaquicos de la semana o el mes que viene. Razón de estado contra razón de píxel.
En este caso yo estoy del lado de la primera por al menos un par de razones.
1) La ética del guerrero impide regodearse en el horror que resulta de las batallas ganadas. Y no porque no seamos tan bárbaros como ellos, que suele alegarse, sino porque nuestra barbaridad no debe ser obscena (a esa renuncia a la obscenidad le llamamos civilización occidental);
y 2) quienes reclaman las fotografías del fiambre bajo la excusa de que solo entonces creerán que se mató a quien se mató olvidan que si algo no sirve de prueba en la civilización del píxel son las fotografías, tal vez el documento más fácilmente manipulable y por lo mismo discutible de todos. Las fotografías, de hacerse públicas, serán igualmente impugnadas por los mascatrancas que sostienen que jamás hemos pisado la Luna, que Elvis vive y que hay UFOs paseándose sobre Austin o Seattle cada tarde de cada jueves.
Dicho lo cual, la fotografía con la que prefiero ilustrar la muerte de Osama bin Laden es la que sigue:
Se trata de un niño afgano que asistió hace unos días a una de las actividades desarrolladas por un Cultural Support Team del ejército norteamericano en el mercado de Oshay, Afganistán.
Un niño al que tal vez le alargaron la vida, como a sus padres, hermanos, primos y vecinos, los SEALs que agujerearon el cráneo de ese psicópata que respondía por Osama bin Laden.
Fotografía: Staff Sgt. Kaily Brown/U.S. Dept. of Defense
De contra:
Escrito este post y programada su aparición en ETDLV, Reuters ha publicado un puñado de fotos que habría comprado a un oficial de inteligencia paquistaní. Muestran cadáveres en la casa donde se realizó la operación del domingo. Muestran, por lo mismo, lo que considero un flagrante error de la operación de comunicación que sigue a la exitosa operación de asalto: ¿de veras no se pudo cargar con esos tres fiambres en el Chinook?
Pero hete ahí que en medio de ese torrente de informaciones se cuela Cuba, ese lindo paisito del Caribe —“la tierra más hermosa…” y todo aquello— y también quiere aportar lo suyo al ruedo noticioso.