El auge del fundamentalismo islámico no es el único epifenómeno que nos trajo la Primavera Árabe, pero muy probablemente sí el más lamentable.
En Egipto, por ejemplo, los fundamentalistas tienen enormes posibilidades de hacerse con importantes espacios de poder. Ello pondría en riesgo la riqueza cultural del Egipto moderno, que puede ver borradas parcelas enteras de su historia.
A modo de protesta contra ese atentado a la cultura popular del Egipto del s. XX, Lana Al Sennawy realizó este espléndido montaje de escenas de amor y besos en películas egipcias de las décadas del 1920 al 1950.
Aparte de ser un magnífico y muy hermoso testimonio del extraordinario nivel que alcanzó la cinematografía egipcia en esa época, este material busca recordar a los egipcios lo que fueron para contrastarlo con el paisaje que la fanática censura islamista busca imponer al país. Las revoluciones, ya se sabe, también pueden acabar en tiranías.
Bin Laden mira a Bin Laden. El tipo estudia el resultado de su alocución. Se pregunta, cabe suponer, el efecto que tendrá sobre sus seguidores y sobre nosotros, las víctimas a asustar: «¡Uhhh, que te mato, kafir!»
Se pregunta, como cualquiera que se mira en un espejo: «¿Luzco bien?» Es el terrorista Narciso a la vez que el metemiedo en la duda. El CEO de una empresa en la ruina. Es una parodia de Bin Laden en la que aparece Bin Laden.
¿Que querían fotografía del psicópata con túnel abierto en el cráneo? Esto es superior, es mayúsculo: es su cráneo enfrentado al efecto catódico; «craneándose» el tipo, que diríamos en cubano.
El set es penoso. A uno se le ocurre enseguida llamarlo «guarida». Esos cables que cuelgan. El desmañado electricista que conectó esto y lo otro. Un amateur al servicio de quien nos modificó la entrada en el siglo XXI que nos prometíamos feliz. Nosotros aquí con iPad y demás tabletas, mientras un vejete enturbantado y con técnica setentera nos aguaba la fiesta. ¡Y ni conexión a Internet tenía!
Fiesta esa sí y en toda regla este making off de las bravatas en Al Jazeera del hijoputa. ¡Zappeando el bobo!
Y un poco de decepción y un tanto de vergüenza, porque vaya mierda de enemigo y vaya enemigo de mierda.
Obama ha dado por zanjadas las especulaciones, y los debates, en torno a la publicación de una fotografía del cadáver de Osama bin Laden. Ha decidido guardárselas.
Se crea así una desusada situación: en un mundo superpoblado de imágenes se nos hurta la de la escena que cierra diez años de titulares en los periódicos y largos, larguísimos millones de dólares empleados para llegar al set donde pudo ser tomada por fin —¡click!
Luego, la imagen del cadáver se convierte en la carencia de esa misma imagen. El previsible, y ya descrito, rostro deformado por una bala disparada a quemarropa, la frente abierta, los sesos desparramados quedan en la sombra de los despachos de Washington, ofreciendo un reto a los wikileaquicos de la semana o el mes que viene. Razón de estado contra razón de píxel.
En este caso yo estoy del lado de la primera por al menos un par de razones.
1) La ética del guerrero impide regodearse en el horror que resulta de las batallas ganadas. Y no porque no seamos tan bárbaros como ellos, que suele alegarse, sino porque nuestra barbaridad no debe ser obscena (a esa renuncia a la obscenidad le llamamos civilización occidental);
y 2) quienes reclaman las fotografías del fiambre bajo la excusa de que solo entonces creerán que se mató a quien se mató olvidan que si algo no sirve de prueba en la civilización del píxel son las fotografías, tal vez el documento más fácilmente manipulable y por lo mismo discutible de todos. Las fotografías, de hacerse públicas, serán igualmente impugnadas por los mascatrancas que sostienen que jamás hemos pisado la Luna, que Elvis vive y que hay UFOs paseándose sobre Austin o Seattle cada tarde de cada jueves.
Dicho lo cual, la fotografía con la que prefiero ilustrar la muerte de Osama bin Laden es la que sigue:
Se trata de un niño afgano que asistió hace unos días a una de las actividades desarrolladas por un Cultural Support Team del ejército norteamericano en el mercado de Oshay, Afganistán.
Un niño al que tal vez le alargaron la vida, como a sus padres, hermanos, primos y vecinos, los SEALs que agujerearon el cráneo de ese psicópata que respondía por Osama bin Laden.
Fotografía: Staff Sgt. Kaily Brown/U.S. Dept. of Defense
De contra:
Escrito este post y programada su aparición en ETDLV, Reuters ha publicado un puñado de fotos que habría comprado a un oficial de inteligencia paquistaní. Muestran cadáveres en la casa donde se realizó la operación del domingo. Muestran, por lo mismo, lo que considero un flagrante error de la operación de comunicación que sigue a la exitosa operación de asalto: ¿de veras no se pudo cargar con esos tres fiambres en el Chinook?