Jorge Ferrer - 26/08/10
Categoría: Estío, Urbanas | Etiquetas: Agua corriente
Imprimir

Lo importante, lo que de veras importa, es que en estas latitudes el verano está a pocos días de tocar a su fin.
Veremos de repente la llegada de los primeros fríos y será eso, ay, lo único que veremos. Ciegos a una; baldados los ojos; levantados los muros.
Se esconderá la carne expuesta en las calles y playas estivales bajo yardas de género grueso. Ni morenas piernas, ni felices escotes, ni espaldas largas, ni nalgas y pechos asomando por encima y por debajo de los breves telones que las sujetan.
Esto se va a joder en unos pocos días, señores, señoras, y apenas nos queda postrer consuelo: anuncian última ola de calor.
¡Disfrutémosla! Gocemos de este paisaje de desnudez que es de las pocas expresiones de genuina libertad que todavía pasea Occidente por sus calles, que lo otro que nos trae el curso político son elecciones.
¡Bah!
Elecciones son las del ojo que encuentra la carne en la calle… El pelo suelto y la carretera.
© www.eltonodelavoz.com
Jorge Ferrer - 21/08/10
Categoría: Estío, Viajes | Etiquetas: Mimbres de la Voz
Imprimir

En Tánger, hace unos diez años, nos disponíamos a regresar a España y mis dos acompañantes –españolas, aunque una de ellas de ascendencia marroquí– quisieron hacerlo con dibujos de henna en las manos. Los turistas, ya se sabe.
Habíamos pasado la tarde visitando a la familia de unos amigos de los padres de mi amiga marroquí y una de las muchachas de la casa era célebre en el barrio –un barrio muy humilde de Tánger, que creo se llamaba Al-Diwan, un dato que no tengo tiempo de verificar ahora–, por su arte en trazar filigranas de henna en las manos de las novias. Se lo pidieron y la muchacha, obsequiosa como casi todos en Marruecos, aceptó venir a la casa donde nos alojábamos y ejercer su oficio.
Era una joven de unos veinte años y de una belleza absolutamente celestial. Una belleza de esas que duelen cuando las admiras. Subimos a la casa, la marroquí preparó la henna y comenzó a dibujar las manos de mis amigas. Una artista en toda regla. Artista de un arte perecedero, qué lástima. De arte milenario, qué suerte.
Animado por llevarme también yo en el cuerpo una muestra de aquella maravilla, los turistas, ya se sabe, le pedí –mi amiga hispano-marroquí servía de traductora– que me dibujara algo en el brazo. «Eso es imposible», dijo la artista. Insistí durante la hora larga que trabajó sobre las muchachas. «Imposible», repetía. Pero se iba ablandando. Y yo aducía argumento tras argumento a favor de que me tatuara. No los recuerdo ahora. Seguramente eran disparatados, pero ingeniosos, algo a lo que ayudaban las Heineken que había comprado esa mañana en el mercado negro. Me vienen a la mente las risas; la recuerdo cediendo, cediendo y, al final, aceptando. Reticente, pero curiosa. Temerosa, pero excitada.
Me llegó el turno. Pasaron minutos antes de que la muchacha me tomara el brazo por fin. La tenía tan cerca que la olía por encima del ácido aroma de la henna.
Asió mi brazo, un estremecimiento la recorrió entera y se le aguaron los ojos.
«Qué pasa», pregunté.
«Dice que es la primera vez en su vida que toca la piel de un hombre que no sea de su familia», tradujo mi amiga.
Es lo que tiene encontrarse con la libertad después de años añorándola. Temor y temblor, y agua en los ojos, primero. Y después, a gozar. Quien pueda, claro.
Esta nota fue publicada en ETDLV el 04/08/2009. Reaparece ahora con motivo de un cambio de ritmo estival.
© www.eltonodelavoz.com
Jorge Ferrer - 18/08/10
Categoría: Arte, Estío, Poscomunismo | Etiquetas: Arte
Imprimir

Más conocidos por su magnífica serie Childhood Memento, Shao Yinong (1961) y Mu Chen (1970) han documentado también los espacios ruinosos que fueron sede de la tensión didáctica y narcotizadora de la ideología. Las imágenes decadentes de esas salas de reuniones que acogieron asambleas rabiosas o aquiescentes son los escenarios vacíos que retratan en la serie The Assembly Hall.


Aunque recuerdan los afanes de Robert Polidori, en las fotos de la serie The Assembly Hall hay una espontaneidad que no estetiza las ruinas. En las fotos de Polidori en Pripyat, La Havana o New Orleáns se advierte una objetivación que construye arte, que obliga al ojo a ver arte.


Yinong y Cheng son más documentalistas que estetas. Tal vez sean menos dóciles a la seducción de la belleza antigua, una debilidad que el pathos aristocrático, amigo de los jardines entreverados de falsas columnas ganadas por la maleza, convirtió en extraña moda. Parece importarles más lo vacío que lo ruinoso y eso los coloca más en la línea de Hiroshi Sugimoto y sus teatros vacíos, que en la estela de Polidori, coleccionista de desastres, retratista de cataclismos.

Ese Radio City de Sugimoto, por ejemplo.
El mismo Sugimoto que incluyó a Fidel Castro en su galería de próceres de yeso. Y produjo la mejor foto que conozco de Castro I posando de Castro I. Rey sabio o macizo mariscal, uno adivina ya en esta foto al no menos falso Fidel Castro que ostenta en sus más recientes instantáneas esa sonrisa de resucitados que tienen los ancianos, al decir de José Martí.

Una experiencia visual que cerraría muy bien, se me ocurre, un collage del Emperador Adidas recostado a la tribuna de un desolado teatro Karl Marx. Mis mañas con Photoshop no dan para tanto. A ver si alguien se anima…
Esta nota fue publicada en ETDLV el 12/07/2007. Reaparece ahora con motivo de un cambio de ritmo estival.
© www.eltonodelavoz.com