Siete libros para entender la guerra en Ucrania

- 15/08/22
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Respondiendo a un encargo del diario El Mundo, sugerí siete libros que ayudan a entender el conflicto en Ucrania. Hacer listas de esta índole requiere siempre tomar decisiones difíciles. Hay libros que quedan fuera. Hay otros que, a juicio de quien prepara la lista, iluminan rincones interesantes y merecen ser destacados.

El original de este artículo en El Mundo se puede consultar aquí.     

Siete libros que ayudan a comprender la guerra en Ucrania

De Anne Applebaum a Emmanuel Carrère, lecturas para poner en contexto a la invasión de Ucrania

Siete libros que ayudan a comprender la guerra en Ucrania

Se me ocurre que lo ideal es que nunca acabemos de entender la razón que hace que unos hombres dejen caer bombas sobre otros. La sinrazón, más bien, que los lleva a destrozar edificios y destinos. Porque, de alguna manera, comprender al bárbaro es aceptar la lógica de su actuación. En cierto modo, el trasiego con los móviles del victimario nos convierte en cómplices intelectuales de su crimen. Y, no obstante, no hay otra manera civil, y civilizada, de enfrentar la guerra y la muerte que hacerlo desde la inteligencia. Luego, estos son algunos libros que me parecen útiles para asomarnos al paisaje de esta guerra. Porque arrojan algo de luz en lugar de tantas bombas.

ANNE APPLEBAUM: HAMBRUNA ROJA. LA GUERRA DE STALIN CONTRA UCRANIA

La guerra es también el resultado de una suma de rencores mal resuelta. Y el pasado que gravita sobre la relación entre Rusia y Ucrania tiene pozos llenos de odio y muerte. Anne Applebaum, una enorme ensayista de estos años, se ocupa en este libro del que tal vez sea el mayor de todos esos agujeros negros: el Holodomor, la hambruna terrible que padeció Ucrania bajo el poder soviético. Applebaum desmonta pieza a pieza la maquinaria de poder que acabó matando de hambre a casi cuatro millones de personas entre 1932 y 1934. Y nos muestra su mecanismo infernal, uno que todavía opera en la memoria de los herederos de sus víctimas. Y en la de sus victimarios.

Traducción de Nerea Arando Sastre (Debate, 2019)

MASHA GESSEN: EL FUTURO ES HISTORIA. RUSIA Y EL REGRESO DEL TOTALITARISMO

Masha Gessen nació en Moscú y fue llevada a los Estados Unidos siendo una niña por sus padres, judíos soviéticos emigrados. Ese itinerario, propio de los años de la Guerra Fría, Gessen lo completó después volviendo a la Rusia poscomunista en 1991 para convertirse allá en una extraordinaria cronista del presente y activista por los derechos de los homosexuales. En El futuro es historia, tal vez su libro más notable, Gessen busca dibujar un fresco del poscomunismo a partir de varios destinos enfrentados a la sacudida social y el fin de la ilusión que significó la perestroika. Mostrando el paso cambiado de personas que bailan con la historia sobre el suelo estremecido por una incipiente y engañosa libertad, Gessen concluye que la transición fue un pasaje a un nuevo autoritarismo. Comparable por su ambición a El fin del homo sovieticus, de Svetlana Aleksiévich, este libro resume perfectamente lo que Rusia heredó del período soviético como saldo, pero también como condena.

Traducción de José Adrián Vitier (Turner, 2018).

SVETLANA ALEKSIÉVICH: LOS MUCHACHOS DE ZINC. VOCES SOVIÉTICAS DE LA GUERRA DE AFGANISTÁN

Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel en 2015, se ha reivindicado algunas veces como una escritora soviética. Por sus libros, todos armados con una polifonía que le debe tanto a Dostoyevski, se pasea medio país o el país entero. Un país que ya no existe, la URSS, pero cuya presencia se ha hecho manifiesta en la equívoca idea de su restauración estos días de guerra del Estado ruso contra Ucrania. Cerca de 10.000 soldados rusos han caído en las cuatro semanas de campaña que ya contamos, un número que sería insoportable para cualquier país que no sea la vertical y autoritaria Rusia de Putin. En Los muchachos de zinc, donde Aleksiévich se ocupó de otra guerra y otros ataúdes, hay muchas de las claves de la ferocidad de estas guerras lanzadas desde el Kremlin. Y, sobre todo, de su abismal absurdo y el enorme dolor que riegan por toda la geografía del poscomunismo.

Traducción de Iulia Dobrovólskaya y Zahara García González (Debate, 2016).

 
 

YURI ANDRUJOVICH: EL ÚLTIMO TERRITORIO

Yuri Andrujovich (Ivano-Frankivsk, 1960) es, sin lugar a dudas, el escritor ucraniano vivo que mejor ha contado el país históricamente enclavado entre Rusia y Alemania, dos potencias en las que Ucrania ha encontrado menos sosiego que violencia. En El último territorio, una colección de ensayos y crónicas, Andrujovich retrata la Ucrania independiente con humor y muchas razones, con abundantes excursos históricos y deliciosas pinceladas de la más absoluta contemporaneidad. El retrato de Ucrania que sale de esas páginas tiene muchos más colores que la hoy ubicua bandera de ese país, pero todos igual de vivísimos, frescos y con ganas y promesas de horizonte. Por cierto, Andrujovich permanece allá, en la ciudad del oeste de Ucrania donde nació. Esperando la llegada de los bárbaros con la paciencia del corazón.

Traducción de Iuri Lech (Acantilado, 2007).

VASILI GROSSMAN E ILYÁ EHRENBURG: EL LIBRO NEGRO

El libro negro es un monumento de tinta y sangre al episodio más terrible en la historia común de rusos y ucranianos: la invasión nazi de 1941 al oeste de la entonces Unión Soviética. Aún antes de que la Guerra Mundial terminara, el Comité Judío Antifascista se dio a la tarea de recopilar testimonios de las atrocidades cometidas por los ocupantes para presentarlas a un tribunal futuro. No sabían que habría un Núremberg, pero lo anticipaban. Hoy estremece muy particularmente leer las páginas dedicadas a la barbarie de las tropas alemanas de ocupación en la Ucrania soviética. Como estremece ver juntos a los pueblos ruso y ucraniano padeciendo el horror infligido por un enemigo común. La historia es caprichosa. El horror es siempre el mismo.

Traducción de Jorge Ferrer (Galaxia Gutenberg, 2011).

ARGEMINO BARRO: UNA HISTORIA DE RUS. CRÓNICA DE LA GUERRA EN EL ESTE DE UCRANIA

El periodista Argemino Barro ha estado estas últimas semanas cubriendo la guerra sobre el terreno. Llueve sobre mojado para alguien que ya vivió la campaña de 2014 y escribió este libro formidable donde aparte de contarla, hace un recorrido histórico y sentimental por la historia cruzada de rusos, ucranianos y bielorrusos. La pluma de Barro traza los itinerarios de una historia común que cada cierto tiempo parece querer dejar de serlo. Su relato es firme y es compasivo. No podía faltar un buen reportero español en esta lista que echa luz sobre la guerra opaca, sobre su penumbra odiosa.

(La huerta grande, 2020).

EMMANUEL CARRÈRE: LIMÓNOV.

El caos, el nacionalismo, la pasión, casi toda la locura de Rusia. Lo que hace Carrère en este relato alucinante de la vida de Eduard Limónov, uno de los rusos más distintos, escritor y político, héroe y villano, tal vez solo sirva para confundirnos en nuestro avance sobre el paisaje de la guerra. Bendita confusión, no obstante. Porque no entender es, aquí, comprender algo.

Traducción de Jaime Zulaika (Anagrama. 2012).

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Antón Dolin: “La cultura rusa tiene que encontrar la fuerza y la compasión para callar”

- 14/08/22
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Con el estallido de la guerra del Estado ruso contra Ucrania realicé varias entrevistas a escritores rusos que se publicaron en el diario El Mundo.

Esta es la que hice a Antón Dolin, crítico de cine.

Apareció publicada el 28 de marzo de 2022 y el original se puede consultar aquí.

Antón Dolin: “La cultura rusa tiene que encontrar la fuerza y la compasión para callar y hacer una pausa”

Una entrevista de Jorge Ferrer.

El pasado 4 de marzo Antón Dolin (Moscú, 1976), crítico de cine y ex director de la revista cinematográfica más importante de Rusia, abandonó su apartamento junto a su mujer, los dos hijos de ambos y el perro de la familia. Al salir cargados de maletas, se percataron de que la puerta había sido marcada con una ominosa señal de estos tiempos: la letra Z que identifica al Ejército Ruso que le hace la guerra a Ucrania. Después de un viaje en tren hasta Pskov y desde allá en autobús hasta la frontera de Estonia, la familia consiguió abandonar Rusia. Dolin es uno de los refugiados rusos que huyen de la Rusia de Vladimir Putin.

P. Usted ha optado por escapar de Rusia. ¿Se considera ahora un exiliado?

R. Prefiero no verme así. Para mí la palabra “exilio” ha estado siempre ligada a la tragedia, a la eterna nostalgia por la patria perdida. El exilio de Nabokov o de Gaito Gazdanov, la sensación de un dolor inextinguible. Vengo de una familia judía que vio emigrar a muchos en los años 80 y con cada partida vivíamos un drama, creyendo que nos separábamos para siempre. Pero hay una diferencia en términos históricos entre mi salida y la de un Bunin o un Nabokov. Ellos se sentían parte de un mundo anterior que se había hundido y desaparecía. Prefirieron ser añicos del viejo mundo, antes que integrar el nuevo mundo que nacía. Nuestra situación ahora es más bien opuesta: nos marchamos porque el mundo que habitábamos se ha vuelto insoportable y abrigamos la esperanza de que sea sustituido por un mundo nuevo al que podamos volver.

P. No quiero estropearle más el ánimo, pero he de decirle que la mayoría de los exiliados creemos que no lo somos para siempre y que acabaremos volviendo más pronto que tarde…

R. Creo que estamos asistiendo al principio del último acto de este drama, ya una tragedia, con el título de La Rusia de Putin. Lo que no sé es si estamos ante una obra de teatro isabelino que acabará con un montón de cadáveres en el escenario o si nos encontraremos con un final lleno de luz. Estamos todos encerrados en el patio de butacas formando parte de este espectáculo. Yo sé que quiero volver. Rusia es mi patria y no tengo otra. Siempre creí en la posibilidad de que acabara integrándose en Europa y en el mundo. Sobre todo en el aspecto cultural, que es en el que yo opero. He trabajado siempre para eso. Ahora todos esos esfuerzos, los míos y los de otros millones de personas, han acabado hechos pedazos. Y solo hay una elección rotunda: o una Rusia aislada del mundo o el mundo entero, un mundo en el que ya no está Rusia. Yo elijo lo segundo, porque mi Rusia es la de la cultura, la literatura, la lengua. Y quiero pensar que todo eso me lo he traído conmigo.

P. Al aislamiento de Rusia ayuda la ola de cancelación de su cultura a la que asistimos. Aquí en España hace unas semanas se suspendió una proyección de Solaris, de Andréi Tarkovsky. ¿Qué opinión le merece este asunto como intelectual ruso y hombre de cine? ¿Cómo miramos hoy el cine bélico soviético, por ejemplo?

R. En lo que respecta a la cancelación de la cultura rusa, por así decirlo, hay cuatro instancias distintas involucradas. Por cierto, el propio término “cancelación” requiere una explicación. Conviene aclarar si las cancelaciones son para siempre o por un tiempo concreto. Y quién establece esos plazos. En los diez años que llevamos ocupados con la cultura de la cancelación no hemos obtenido una respuesta clara a esta cuestión, y se trata de una muy importante. Y bien, hay cuatro categorías distintas interpeladas por estas cancelaciones. Primero, los rusos, a quienes la cancelación les provoca un dolor colosal, porque saben que nuestra cultura es lo más grande que hemos dado al mundo. Y cuando vemos que esa cultura se equipara a lo peor de Rusia -las ambiciones imperiales, el militarismo, la violencia- sentimos un gran dolor. Después están quienes más sufren esta guerra: los ucranianos. Para ellos hablar de cultura rusa ahora mismo, aún de la más refinada, equivale a poner un biombo que oculte la brutalidad de la agresión. Nos ven escondidos detrás de Pushkin y Chaikovski, mientras el ejército ruso bombardea Mariúpol. Y hay que admitir que en esa posición hay algo de razón, porque es difícil ignorar el dolor y el odio que los embarga. La tercera instancia es Europa. Ahí está España. Aquí hasta hace poco tiempo mucha gente ni siquiera distinguía entre Rusia y Ucrania, lo que halaga a muchos rusos a la vez que ofende a muchos ucranianos. Una parte de Europa se solidarizará con los ucranianos y su intransigencia, y la otra con el dolor de los rusos que defienden que Liev Tolstói no tiene que responder por el comportamiento de Putin. Y hay aún una cuarta instancia, el resto del mundo, incluidos los EEUU, donde escandaliza la actuación de Putin, pero la guerra no influye en su percepción de Tolstói, Chaikovsky o Kandinski.

P. ¿Usted dónde se sitúa?

R. El caso es que si a Hitler todo el mundo, incluso aquellos que no podrían mostrar a Alemania en un mapamundi, lo consideró como el Mal absoluto, Putin todavía no ha alcanzado ese status y no sabemos si lo alcanzará algún día. Yo tengo una posición diáfana: mientras dura la guerra, las expresiones de la cultura rusa que, aun siendo inocentes, puedan ocasionar dolor siquiera a una sola de las víctimas, deben cesar. La cultura rusa tiene que encontrar en sí misma la fuerza y la compasión para callar y hacer una pausa. Porque el problema del bailarín que deja de percibir sus honorarios, porque le han cancelado un mes el espectáculo, no es en modo alguno comparable al del bailarín que ha caído muerto en Ucrania bajo una bomba rusa. Y este es un caso real. Y si puedes salir al escenario del Teatro Bolshói con un cartel en memoria del bailarín asesinado, si tu actuación puede transformarse en un gesto de solidaridad y compasión, entonces tu arte tiene algún sentido. En caso contrario, ha perdido toda su dimensión humanista.

P. ¿Y qué hacemos con Tarkovsky…?

R. Oh, sí, ¡no nos olvidemos de Tarkovsky! El cine comunista y antibelicista soviético ha quedado muy tocado. Es un cine que sirvió siempre como justificación de los horrores perpetrados por el poder soviético. Y el propio Tarkovsky es un raro ejemplo de artista ruso y soviético integrado en el contexto cultural europeo, indisociable de él. De hecho, dos de sus siete películas fueron rodadas en Europa y guardan una relación muy tangencial con la cultura rusa. En todo caso, y sea cual sea el punto de vista de cada cual, resulta evidente que la cultura rusa necesita ser pensada de nuevo. Y ese reexamen debe abarcar a los clásicos y los contemporáneos. La pausa trabajará también en favor de ese reexamen. Ahora en Rusia el Estado está reprogramando en las salas de cine las películas de inspiración patriótica. Todas imbuidas de resentimiento, anhelos imperiales y glorificación nacional… Y los estudios Mosfilm, y su director Karen Shajnazárov, han apoyado la agresión rusa. Es la misma empresa que pone en circulación versiones restauradas de las películas de Tarkovsky como La infancia de Iván. Ahí ve cómo Tarkovsky también puede ser convertido en un arma de la propaganda.

P. Parece difícil construir un régimen como el de Vladimir Putin sin la participación de la cultura. ¿Qué posiciones ha adoptado el mundo de la cultura ante el asalto a las libertades y la guerra?

R. Putin jamás ha visto la cultura como una prioridad. No es como Stalin, que siempre estuvo muy atento a lo que se cocía en la esfera de la cultura. Por eso podía llamar a Borís Pasternak para decidir la suerte del poeta Ósip Mandelstam, o comunicarse con Mijaíl Bulgakov. Es inconcebible imaginar a Putin habitando esos escenarios. En lo que a la cultura se refiere, es un hombre preso de sus pasiones por el imperio. Disfruta la música patriótica de bandas como Liubé o el ballet. Por cierto, su bailarina predilecta es Svetlana Zajárova, quien apoyó personalmente la anexión de Crimea. En todo caso, es un hombre al que la cultura le trae sin cuidado así que no debemos exagerar el peso de la cultura en lo que está sucediendo hoy en Rusia. Con todo, el poder puede interesarse por la cultura, como Stalin, o desinteresarse de ella, como Putin, pero para el país en su conjunto la cultura es fundamental. Lo que vemos hoy es que un número ínfimo de personalidades de la cultura han manifestado su apoyo a la guerra. Literalmente, unos pocos, entre los que, por cierto, está el actor y director Nikita Mijalkov: fue uno de los primeros en manifestarse. La absoluta mayoría de personalidades de la cultura, yo diría que un 90%, están contra la guerra.

P. Es necesaria mucha valentía y convicción para manifestarse en ese sentido…

R. También está el pragmatismo. Todo el que apoye la guerra está limitando el auditorio al que podría llegar su obra. Es decir, que una posición meramente pragmática tiene que ser contraria a la guerra. Pensemos también que la mayor parte de la cultura que se produce hoy en Rusia depende de subsidios del Estado o, incluso si se alimenta de patrocinios privados, estos provienen de oligarcas que le son leales a Putin. Ello hace que la cultura rusa tenga una vergonzante dependencia del Estado. Y esa es la razón de que aun estando contra la guerra, sean muy pocos los artistas que se hayan manifestado abiertamente contra ella. La mayor parte de ellos se ha mantenido en una cierta zona de neutralidad. Una personalidad de la cultura de un país vecino llamó a que, a raíz del bombardeo ruso del teatro de Mariúpol, todos los teatros rusos suspendieran sus espectáculos ese día. Ni un solo teatro en Rusia se atrevió a hacerlo. ¡Ni uno solo! El mundo de la cultura ruso carece de la fuerza necesaria para oponerse al poder. Y en estos días, la ignorancia de que estamos en guerra y la manera en que la cultura continúa dedicada a lo suyo, como si no pasara nada, equivale a un gesto de apoyo tácito. Y esa es una de las razones por las que yo considero que los actos de cancelación de eventos de la cultura rusa en el mundo son más bien justos que injustos. Porque es necesario que la cultura rusa sea confrontada con su complicidad con el poder político. Una complicidad que no es absoluta, pero que está muy extendida.

P. ¿Cómo va a organizar su vida profesional y privada ahora? ¿Cómo será su recién estrenada vida de exiliado…?

R. He roto mi relación con la revista Isskustvo Kinó (El Arte del Cine) de cuya dirección me encargué a lo largo de estos últimos cinco años. En las condiciones actuales, la revista no puede funcionar como un medio de lucha contra la política militarista del país. Y yo no quiero tener en mis manos el destino de las personas que trabajan en la revista, colaboradores que perderían sus empleos o acabarían en la cárcel si yo decidiera empujarlos a una confrontación de ese tipo. De modo que he abandonado la dirección de la revista. Y planes… Todavía no he hecho planes. Prácticamente no duermo. Cada mañana salto de la cama a las cinco y me entrego a la búsqueda febril de noticias de Ucrania. En lo que respecta a la creación siento una especie de parálisis. No he escrito una sola reseña. Apenas he visto algunos documentales y ninguno de ellos me despertó el deseo de operar algún análisis de tipo estético, sino que más me movieron a preguntarme por cuestiones políticas y éticas que afectan al arte que estamos haciendo hoy. Pero sí, tendré que dar de comer a mi familia y ganarme el sustento. Alimento la fe en que la guerra acabe pronto y el régimen político de Rusia experimente un cambio. Puede que no desaparezca de un plumazo, pero estará obligado a someterse a determinados cambios y entraremos en un proceso lente y tremendamente largo de reflexión acerca de lo que hemos vivido y de expiación de los crímenes cometidos por el poder. Continuaré colaborando con el portal Meduza. Me enorgullezco de poder escribir para ese medio editado en lengua rusa en Letonia, que es el más leído de todos los que se hacen fuera de Rusia destinado al auditorio de ese país. También tendré que dar un nuevo giro al programa que hago en mi canal de YouTube. He grabado un programa sobre el festival de cine documental ArtDocFest, y acabamos de grabar otro con Serguéi Loznitsa, cuyas películas explican tanto de lo que estamos viviendo ahora. Además, ¡fíjese qué cosa!, tenía ya grabado un programa por el noventa aniversario de Andréi Tarkovsky y debo decirle con sinceridad que todavía no decido si debo emitirlo o no. ¿Qué le parece?

P. Antón, alguien escribió la letra Z sobre la puerta de su apartamento en Moscú, la letra Z que identifica la campaña militar del Estado ruso contra Ucrania. ¿Eso sucedió antes de que ustedes se marcharan, no es cierto?

R. La vimos en el instante en que salíamos del apartamento con las maletas para abandonar Rusia.

P. ¿Está todavía allí o le ha pedido a alguien que la borre?

R. No pedí nada a nadie, pero mis amigos acudieron a la mañana siguiente y la borraron.

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María Stepánova: “Putin y Rusia son dos cosas distintas”

- 14/08/22
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Con el estallido de la guerra del Estado ruso contra Ucrania realicé varias entrevistas a escritores rusos que se publicaron en el diario El Mundo.

Esta es la que hice a María Stepánova, autora de En memoria de la memoria (Acantilado, 2022, tr. de Jorge Ferrer).

Apareció publicada el 6 de marzo de 2022 y el original se puede consultar aquí.

 

María Stepánova: “Putin y Rusia son cosas distintas, la culpa no puede recaer sobre nosotros”

Una entrevista de Jorge Ferrer.

María Stepánova (Moscú, 49 años) es autora del que muchos consideran el libro más importante publicado en Rusia en la última década: En memoria de la memoria. Este volumen, de próxima aparición en la editorial Acantilado, es una indagación en el pasado de su familia, la reconstrucción de un itinerario que atraviesa el siglo XX y expone, desde el archivo y los recuerdos privados, las vidas de quienes padecieron la saña de esos años o consiguieron sortearla.

La guerra desatada por el Kremlin contra Ucrania ha encontrado a María, que es también una notable poetisa, de vuelta en su apartamento de Moscú, después de meses recluida en la dacha desde donde dirigía el portal Colta.ru, uno de los sitios por los que se pasea lo más actual y rompedor de la cultura rusa. Stepánova conversa sobre la guerra de Ucrania, Vladimir Putin, los usos del pasado y lo que el conflicto bélico ha traído y dejará en Rusia.

P. La escritora Liudmila Ulítskaya me comentaba estos días lo abatida que se siente ante toda esta situación. ¿Cómo se siente usted?

R. Estoy desesperada, como supongo que lo estamos todos ahora. Es probable que esté viviendo los días más negros de toda mi vida. Ya no soy precisamente una mujer joven, pero no consigo recordar una angustia como esta. He vivido tiempos en los que he pasado miedo, he conocido la pobreza, me ha faltado confianza en mí misma y también en gobiernos que no elegimos democráticamente. No obstante, en todas esas situaciones, siempre tuve la sensación de que había un futuro por delante. Un futuro en el que algo acabaría cambiando, mutando. Pero la aventura desquiciada y criminal a la que estamos asistiendo estos días va dirigida contra dos países al mismo tiempo y, si bien es Ucrania la que la padece ahora, ya se atisba que Rusia no sufrirá menos, sino mucho más, porque esta guerra ha aniquilado cualquier posibilidad de un futuro para nosotros.

P. A la vista de la crisis actual, algunos hablan de una continuidad en la historia de Rusia. Sostienen que todo el pasado, incluido el soviético, condujo a Rusia a esta guerra. ¿Comparte esa idea fatalista?

R. No estoy nada conforme con ella. Se trata de un punto de vista que rezuma un racismo histórico, un racismo dirigido a sociedades enteras. Es una perspectiva que parte de la idea de que hay países y pueblos que siempre fracasan, porque están destinados a hacerlo. No puedo aceptar esa idea en modo alguno. Mire, si examinamos la historia universal tomando un poco de distancia, es decir, sin sujetarnos a los límites de la historia moderna con sus modelos y motivos recurrentes, si echamos la vista atrás mil o un par de miles de años, veremos desarrollos muy variados de los acontecimientos, veremos destinos y cristalizaciones diversos. Creo que la situación en la que nos encontramos ahora nos muestra otra cosa muy distinta en realidad. No se trata de que Rusia esté constituida de una manera que la obligue a reproducir un mismo guion monstruoso una y otra vez…

P. Tal vez se trate de un juego siniestro entre el pasado y el presente…

R. Putin y las personas que hoy gobiernan nuestro país, sin que las eligiéramos para ello, están llevando a cabo un monstruoso experimento histórico. Y no sólo experimentan con los habitantes de Rusia o de Ucrania, sino con todas las personas que viven en Europa y el mundo. Putin está empeñado en una suerte de juego con la Historia como inspiración. Es una suerte de reconstrucción con la que quiere ver qué sucede si en la Europa del siglo XXI se emprende una guerra real desarrollada de acuerdo a las concepciones y los métodos que estaban vigentes a principios del siglo XX. Por eso ha generado esta terrible situación en la que todos nos vemos confrontados de repente con las reglas de la guerra del año 1939 o el 1942, cuando ocupar y anexionarse un territorio extranjero era algo que podía hacerse sin demasiados dolores de cabeza. Cuando la guerra se hacía en medio de ciudades llenas de gente y las víctimas entre la población civil no escandalizaban demasiado, porque eso entraba en la lógica al uso. Eso es monstruoso. Es como si desde el fondo del pasado una mano se alargara hasta el presente y tirara de todos nosotros. ¡Y no sólo de Rusia! Esa mano tira de Rusia, de Ucrania y de toda Europa, y busca hundirlas en un pasado arcaico, remoto y viscoso, con el que nos obliga a trabar comunicación, a ser partícipes de sus intereses, y nos fuerza a parlamentar con él. Tal es la magnitud del delirio con el que nos hemos dado de bruces estos días.

P. Se aprecia una gran grieta abierta entre, por una parte, el mundo de la cultura y la juventud, y, por otra, el ‘putinismo’ y el régimen del Kremlin. ¿Podríamos estar ante un punto de no retorno en la ruptura entre el poder y el pueblo en la Rusia poscomunista?

R. Me resulta difícil responder a eso. Y habría que ver qué le respondería a eso un joven ruso de 20 o 25 años. Tal vez le diría algo distinto de lo que me pasa a mí por la cabeza. Mire, yo tengo poca fe en que se produzca un cambio de régimen que parta desde el interior del sistema. Imagine una cárcel inmensa en la que los presos permanecen aterrorizados, apenas se les da de comer, están desarmados y hay celadores por todas partes y guardias armados hasta los dientes en las torres de vigilancia… Puede que sean 50 guardias para toda una cárcel, pero esos guardias tienen fusiles automáticos. Luego, a estos mismos presos se les pregunta el por qué no sacan a Putin del poder, se los acusa de ser sumisos, de ser incapaces de rebelarse contra los administradores de la prisión… ¡Eso es injusto!

P. Injusto y miope, ciertamente.

R. Hoy en Rusia hay miles de personas que salen a la calle a manifestarse. En manifestaciones no autorizadas, desde luego. Muchas son apaleadas, algunas acaban en las UCI, como le ha sucedido al politólogo Grigori Yudin. Estas personas son encerradas y condenadas a penas de prisión desproporcionadas. A algunas las han detenido por llevar un folio en el que no hay nada escrito, ¡por un folio en blanco! Hay hasta un chico de 16 años que acabó en la cárcel por señalar un objetivo inadecuado en un videojuego… ¡Esa es la locura que vivimos! Por lo tanto, juzgar a los rusos porque no han sabido unirse y avanzar hacia el Kremlin empuñando adoquines o blandiendo farolas yo creo que no es un sentimiento honesto, aunque pueda comprender que alguien lo albergue.

P. Ahí al lado tienen el caso de Bielorrusia…

R. En efecto. Ahí está la protesta increíblemente hermosa de Bielorrusia, una protesta que despertó una admiración enorme y que aún no se ha apagado del todo. Lo que sí ha hecho es llevar a mucha gente a la cárcel, mientras Lukashenko sigue gobernando. Y apoyando esta guerra ahora. Desafortunadamente, la resistencia a los regímenes autoritarios o totalitarios ha de ser ejercida por cauces muy distintos de los que se usan en los regímenes democráticos. Eso hay que tenerlo siempre presente para, así, evitar comparar magnitudes que son incomparables.

P. Hace unos días vimos a Putin negando el derecho de Ucrania a la existencia como país. Decir que Ucrania es una suerte de invención. ¡De Lenin, nada menos! ¿Qué opinión le merece ese relato del presidente de Rusia y el ‘putinismo’, que no sé si llamar ‘posthistórico’? ¿Qué le parece esa voluntad de reescribir la historia, esa manía de reacomodar los hechos al antojo del déspota?

R. Yo a ese tipo de relato preferiría llamarlo fantasmático, mejor que posthistórico. En el caso de Putin, se trata de la más elemental fantasía de un hombre que ha leído muchos de esos libritos de historia baratos y ha visto una y otra vez rollos y rollos de películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Ese discurso de Putin muestra que es reo de los hechos y las concepciones del pasado, alguien ajeno a las ideas del presente. Muestra que la reforma de las pensiones o la media de la esperanza de vida en Rusia, por ejemplo, le preocupan muchísimo menos que los hechos acaecidos en 1922 o 1940. Y eso, en mi opinión, denota una enfermedad. Hay algo raro ahí, y a la vez terrible, porque, fíjese que, de alguna manera, todos hemos asistido a lo largo de estos últimos 20 o 30 años a una revolución silenciosa, la del retorno triunfal del pasado. Un pasado que ha ido ocupando un lugar cada vez mayor en nuestras vidas. Y como sucede con cualquier otra idea saludable, con cualquier elemento que podamos erigir en parte del zeitgeist, esta revalorización del pasado puede tener también un reverso tremendamente negativo. A medida que el pasado se va convirtiendo en un elemento valioso de nuestra vida presente, adquiere un precio.

P. Y queda sujeto al mercado, puede ser tasado…

R. De repente, el pasado puede ser vendido. Una taza de anticuario deja de costar, qué sé yo, 3.000 rublos y se remata por 20. La historia de la abuela de alguien, una historia que no valía un céntimo, de repente se convierte en un libro que inspira una película de Hollywood. Y la historia de un país puede ser reescrita y sometida a una nueva exposición de hechos, sin más. Ahí aparece toda una industria de la memoria. En ello no hay nada amoral a priori, pero ese proceso crea una cierta tendencia. Y cuando el pasado se convierte en un producto, en una mercancía, comienza a ser manoseado por gente nada honorable, gente funesta que también pretende sacar beneficio, amasar un capital con lo que en otros tiempos se vivió. Asoman los descendientes de los nazis, por ejemplo, o sus simpatizantes. Personas que creen que basta con reescribir el pasado para pasar a ocupar en él el lugar que más les apetece. Y me parece que los sucesos de estos últimos días son el testimonio del monstruoso triunfo de esa lógica. Porque esto ha sido un asalto salvaje al pasado. Discursos como el de Putin parecen decir a los ucranianos: «Ahora os vamos a explicar lo que sucedió en el pasado y, para conjurar cualquier duda sobre nuestro relato, os vamos a invadir con nuestras tropas».

P. La guerra ha traído una ruptura colosal entre Rusia y Europa. Una ruptura en todos los planos -el político, el económico…-, pero también en el de las ideas, en el diálogo entre los intelectuales rusos y europeos. ¿Cuánto tendremos que esperar para suturar esa herida?

R. Puede que no tenga mucho sentido pensar en eso ahora, con la guerra todavía en marcha. No sabemos cuándo acabará. Pero diré algo que me parece importante que consideremos. Estos días el mundo entero está poseído por una justa repugnancia ante tanto horror. Porque la manera en que actúa el Estado ruso es inadmisible. Sin embargo, es tarea de los intelectuales, y una tarea de enorme importancia, recordar a todo el mundo, a los lectores, al taxista que te lleva de un lado a otro, a quien sea, que Putin y Rusia son cosas distintas. Que Putin y los rusos no somos lo mismo. Porque de lo contrario todo el peso de la culpa sobre todo lo que está haciendo Putin, y el pago por ello, recaerá sobre las personas que a lo largo de estas últimas décadas se han opuesto como han podido a la lógica imperial de Putin. Y lo han hecho poniendo en riesgo sus vidas y bajo circunstancias muy alejadas de las ideales. Y no puede ser que ahora el peso general de la culpa repose sobre nosotros.

P. Como si se asumiera la vieja noción de la culpa colectiva…

R. Claro, y es que esa concepción de una culpa colectiva es una cosa que se las trae. Y operar con ella no es pertinente, tanto por su impertinencia general como porque de alguna manera lo que hace es liberar de culpa a quienes realmente inventaron el horror y lo pusieron en marcha. Ese concepto de una culpa diluida, la de los rusos o los alemanes, por ejemplo, reducidos a una abstracción… Eso de que la culpa les viene dada, porque ya se sabe cómo son unos y otros… Hay una lógica de corte nacionalista y hasta xenófoba en todo eso, en esa manera de pensar por medio de generalizaciones, sin aclarar quiénes son los culpables realmente. A fin de cuentas, es una manera de dar rienda suelta a sentimientos primarios que el miedo y la repugnancia despiertan en los testigos de acontecimientos históricos concretos. Y a mí me parece que hay que tener mucho cuidado con eso…

P. ¿Está siguiendo las noticias de estas jornadas sin apartarse de ellas ni un momento o consigue distraer la mente y el ánimo?

R. Estoy pendiente de las noticias todo el tiempo. Y también me repito sin cesar que tengo que parar y ocuparme en otra cosa, pero no lo consigo. Apenas duermo ni hago nada más que estar refrescando una y otra vez los hilos de noticias a ver qué traen de nuevo. No lo puedo evitar…

 

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