Poscastrismo a golpe de adverbios

- 02/05/11
Categoría: Cambios en Cuba, Transición | Etiquetas: ,
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Poscastrismo a golpe de adverbios

Por Jorge Ferrer

Si alguna razón explica mejor que ninguna otra la obscena perdurabilidad del régimen de los hermanos Castro es su capacidad para reinventarse a sí mismo una y otra vez. De la misma manera en que un actor representa en temporadas consecutivas a anciano avaro y a seductor galán, así eso que aún llaman «revolución cubana» ha sabido mutar sobre las tablas a las que se encaramó en enero de 1959 en un alarde histriónico verdaderamente admirable. Dado que el propósito principal de ese desfile de disfraces no ha sido otro que la permanencia de una misma claque en el poder, el éxito está a la vista.

El VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) estaba llamado a ser la consagración de una de esas esporádicas operaciones quirúrgicas que maquillan el rostro del régimen. Una muy especial, porque ante el forzado retiro de Fidel Castro y su paulatino desvanecimiento, sus herederos en el poder se vieron ante la necesidad de la más perentoria de las mutaciones.

La apuesta era tan alta que requería arriesgar idea mayúscula. Ya no valían viejas operaciones como la recuperación de José Martí y la clave autóctona para deslindarse del socialismo que caía en la Europa del Este o la llamada “rectificación de errores” que creara ilusión de enmienda de las élites. La palabra “cambio”, en alebrestado plural, era esta vez el mantra. “Cambios en Cuba”, la promesa; “lineamientos”, el nuevo catálogo de sustos. Ejército de adverbios, la pragmática: Raúl ha echado mano estos últimos años al “poco a poco”, al “todavía” que anuncia un “ya” más o menos distante, siempre retrasando la llegada de una Cuba que anuncian con escaso entusiasmo y menos convicción.

A lo largo de los últimos cuatro años hemos visto cómo el régimen, obligado a responder con hechos a las expectativas creadas, añadía nuevos trazos al paisaje. Cambios, deslizamientos más o menos apreciables y algunos de veras notables. Con todo, la retórica del socialismo a salvar y perpetuar –la contumacia en concebir como irreversible un sistema que no les ha servido ni para producir chubasqueros reversibles– sigue en pie, como lo estará hasta el hundimiento. Alexei Yurchak, profesor en la Universidad de California, Berkeley, ha estudiado los discursos de los jóvenes soviéticos en el socialismo tardío y encontrado cómo vivían en un régimen que percibían como inmutable hasta que un buen día colapsó de repente sin que ese súbito fin los tomara por sorpresa. “Todo era para siempre, hasta el día en que se acabó”, titula su libro. Una expresión que podría servir como un guante a una mano a la situación cubana, donde una jerarquía jurásica es incapaz de renovarse y se muestra reacia a contender con las ideas que otra generación podría hacer irrumpir en el discurso político de la isla con ímpetu de elefante en cacharrería.

En ese teatro a punto de echar el cierre, ahora la incógnita es si esa retórica de adverbios que dibujan tiempo de posposición basta a los gobernados y, sobre todo, si los espacios ganados con las reformas incipientes se convertirán en plataformas desde las que exigir y negociar una liberalización más amplia que ponga en peligro la transición hacia el poscastrismo que esa misma elite y sus vástagos buscan controlar a placer.

Con motivo de la reciente inauguración del Museo Napoleónico de La Habana, Raúl Castro donó el último reloj que perteneció a Napoleón Bonaparte, una pieza que guardaba desde su noche de bodas. Entretanto, su hermano Fidel no cesa de hablar del fin del mundo. Son dos hombres que se creen dueños del tiempo y parecen haber abandonado toda prisa. Tal vez han olvidado que la historia la han hecho siempre unos tipos cuyos nombres nunca supimos hasta que asomaron de entre el silencio. Todos esos nombres están ya allí y algunos asistieron al Congreso del Partido Comunista. Son hombres y mujeres que, a la sombra de dos dictadores, se guardan sus relojes para dar la hora precisa en lugar de donarlos para solaz de nostálgicos de un emperador. Los verdaderos amos del tiempo no saben de nostalgias.

El artículo Poscastrismo a golpe de adverbios apareció publicado en la edición del domingo 1 de mayo de 2011 en el diario El Nuevo Herald.

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Gestión de residuos

- 11/02/11
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[El artículo «Gestión de residuos» apareció publicado en la edición de ayer, 10/02/2011, del diario El Nuevo Herald.]

Gestión de residuos

By JORGE FERRER

Los geólogos aseguran que en unos cuantos millones de años las dos Américas se habrán reunido. La nueva masa de tierra habrá fagocitado las islas del Caribe y entonces el basurero de La Habana y ese otro basurero que es la única colina que avista –a la izquierda por la US-1– quien baja hacia Key West desde Miami ya se habrán juntado. Unico será entonces el hedor.

Pero antes, muchísimo antes de que transcurran esos millones de años que cuentan los geólogos, gente seria y con los pies –nunca mejor dicho– pegados a la tierra, los cubanos de ambas orillas del Estrecho de la Florida habrán dirimido sus diferencias.

De hecho, parece que las verán resueltas más pronto que tarde y las dirimen ya, aun sin quererlo, porque hay reuniones que se producen solas y recintos que se amplían tabique y tabú abajo, sin que los invitados a la fiesta se percaten de los derrumbes que los colocan cara a cara. Salones en los que de repente estás bailando con el enemigo o besando a la más fea, que dice el lugar común.

No es difícil adivinar el paisaje que se avecina. Sus contornos ya se han ido dibujando en los últimos meses y van ganando color y perfiles cada vez más definidos.

La Cuba que se asoma estos días a la segunda década del siglo XXI será un país desencaramado de los primeros puestos en las listas de las organizaciones de derechos humanos que cuentan los presos de conciencia. Con la salida de las cárceles de buena parte de ellos, se la tendrá como a país menos dictatorial y menos represor a los ojos de quienes evalúan el estado de las libertades. A ello ayudará, no cabe duda, que los últimos inquilinos del corredor de la muerte de La Habana hayan visto revisadas sus sentencias en favor de condenas más benévolas recientemente.

Esa misma Cuba será un país donde regirán leyes que desmontarán el patrimonio absoluto del Estado sobre la economía. Cuba tendrá en marcha un modelo económico –se lo sancionará en el próximo congreso de su único partido– que permitirá márgenes de iniciativa individual que reformularán su paisaje social, en lo interno, y la alejarán del básico esquema del totalitarismo comunista donde el Estado es elefantiásica máquina de la que todos los ciudadanos son meras tuercas.

Un paisito más, pues. O uno que casi pasará por normalizado.

Que el paisaje sea nuevo, que sea distinto, significa apenas eso: que va mutando. No que cese la represión. Tampoco que se produzca un desmontaje de la maquinaria totalitaria. No entraña, en definitiva, que los jerarcas de La Habana se hayan rendido. Algo que a nadie habría de sorprender, porque, bien pensado, ¿a quién se iban a rendir?

Con todo, la cuestión es que el totalitarismo cubano habrá maquillado sus máculas más vistosas –largas decenas de presos de conciencia pudriéndose en las cárceles; la economía estatalizada que estigmatiza cualquier manifestación de la iniciativa individual– y que oposición interna y exilio deberán trazar con lápiz nuevo sus estrategias de enfrentamiento al régimen de La Habana.

Los funcionarios municipales llaman eufemísticamente “gestión de residuos” al acarreo de los desechos que producimos. Toda esa basura que generamos a diario y que, mal administrada, emponzoña por décadas y a veces siglos el entorno.

Ante la mutación del paisaje en esa suerte de municipio del mundo que es Cuba, se impone gestionar los desechos acumulados por más de medio siglo de dictadura y los corrientes. Manejar la escoba, como cualquier otro oficio, requiere de ingenio, maña. También de capacidad de renovación, porque gestionar el futuro pasa sobre todo por aprender a barrer en las recién decoradas calles del presente.

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Los problemas y la tragedia

- 27/02/10
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Los problemas y la tragedia

By JORGE FERRER

El problema con el terror es que cuando un estado se habitúa a ejercerlo ya no cesará de recurrir a él jamás. Pueden producirse intervalos; pueden establecerse moratorias explícitas o tácitas; puede generarse la expectativa de una distensión. Pero todo ello no será más que una ilusión: la práctica del terror resulta tan eficaz como adictiva. Es por ello que la bien engrasada maquinaria represiva cubana nunca ha renunciado a él. Sabe que el terror es la más contundente herramienta de cohesión social bajo un régimen totalitario.

El problema con hombres como Orlando Zapata Tamayo es que el ejercicio del terror los ha privado de todo menos del coraje, la decisión y la dignidad. Acosados y desesperados, íntegros y decididos, responden al terror con las armas exiguas de que disponen. Zapata Tamayo lo hizo con su propio cuerpo, su única arma. Ahora ha perdido también su vida, después de siete años encerrado en una prisión a la que lo condenó un tribunal que fue mero brazo ejecutor de una decisión política.

El problema del odio y el desprecio a la diferencia que practica y fomenta el gobierno de La Habana es que lo inhabilita para ser considerado un interlocutor válido, un agente de negociación, una entidad legitimada para sentarse a una mesa con representantes de gobiernos democráticos, de países donde rige un estado de derecho. En realidad, ello no sería un problema si prevalecieran los valores que animan la Carta de las Naciones, si la solidez democrática fuera un valor al alza, si a la “revolución cubana” se la tratara como lo que es, a saber, una dictadura militar de corte totalitario. Desafortunadamente, la situación es bien distinta y los demócratas cubanos tienen que padecer el terror cotidiano, mientras sienten vergüenza ajena por quienes “acompañan” al régimen de los hermanos Castro. Significativamente, España. No será por gusto que en inglés se le llame Spanish shame a la vergüenza ajena.

El problema con la inflexibilidad, el empecinamiento y la intransigencia es que cierra todas las vías posibles de acuerdo a la vez que cancela toda expectativa de diálogo y reconciliación entre cubanos. El gobierno que considera inadmisible la articulación de cualquier forma de organización cívica o política al margen del Estado, estigmatiza a quienes disienten calificándolos de mercenarios o anticubanos y los envía a prisión, invalida, de hecho, todo diálogo. A estas alturas de la historia cubana la única intransigencia que cabe combatir es la que practican los jerarcas de La Habana. La intransigencia que acaba de cobrarse la vida de Orlando Tamayo Zapata, un preso político cubano de 42 años, tras 85 días en huelga de hambre tan firme como devastadora.

El problema es que nada parece augurar el fin del régimen que los cubanos padecen ya por más de medio siglo. La presión desde el exterior, aunque estéril, ha tendido a remitir en los últimos años. La posibilidad de una solución impulsada por uno o varios agentes de la política internacional, sea a través de un embargo multinacional efectivo o una intervención militar, está descartada. La eventualidad de que se produzca una sublevación masiva interna parece harto improbable. El otrora esperanzador No Castro, no problem –la llamada “solución biológica”– sirve ya de consuelo apenas a unos pocos.

Esos son algunos de los problemas. La tragedia es que Cuba entierra hoy a uno más de sus hijos. A la última víctima de la cruel demencia del castrismo.

El artículo “Los problemas y la tragedia” aparece publicado en la edición de hoy de El Nuevo Herald.

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