Ya no es que las apariencias engañen. Ahora es mejor, ¿no?
En RED, estrenada esta semana en EE.UU., otra vez John Malkovich, otra vez la CIA y otra vez la Embajada de Rusia en Washington.
Otras, porque ya en Burn After Reading (2008), de los hermanos Joel y Ethan Coen, el mismo trío. Para los Coen los rusos eran cosa de risa ―hay alguna escena allí de veras hilarante en la Embajada de marras (Aquel «PC or Mac?», por ejemplo).
En RED, de Robert Schwentke, la Embajada esconde sórdido sótano donde oficiales rusos y norteamericanos enjugan los agravios con vodka y recuerdan historias de amor y despecho entre agentes de uno y otro bando.
El poscomunismo de Hollywood es un planeta más líquido que el nuestro. Tiene mucha, mucha más agua que tierra. Parecería un bien satélite donde empadronarse: impera la desmemoria en un paisaje por donde si alguna vez se pasea el rencor es para conjurarlo enseguida con una acción conjunta contra los nuevos malos.
Ni siquiera el RED del título, el mismo color rojo del cartel, alude a la ideología que supuraban aquel país y la embajada que ahora es set de rodaje. Aquí RED, vaya guiño, vale por Retired Extremely Dangerous. ¡Que son ganas de burlarse!
Lo bueno de todo esto es que las risas del público convierten el pasado reciente en ficción, supremo fármaco.
Lo malo, si acaso alguna vez ocurre algo malo en una sala de cine, es que uno paga $8.25 por un trago de desmemoria. Yo creo que nos la deberían vender más cara, al menos tanto como nos costará en realidad.
De las tan abundantes comedias sobre la Guerra Fría creo preferir One, Two, Three, de ―¿sorprendido alguien?― Billy Wilder.
Estrenada en 1961, curiosa y desgraciadamente se trata de una de sus películas menos vistas medio siglo más tarde. El por qué constituye para mí todo un enigma; yo la disfruto cada vez como la primera.
La recomiendo vivamente a todos los lectores de ETDLV.
Acá les dejo la escena de la negociación del protagonista, representante de la Coca-Cola en Berlín Oeste, con una delegación soviética que busca hacerse con la «fórmula» del refresco. En ella hay por cierto graciosa alusión al entonces incipiente comercio entre la Unión Soviética y Cuba: tabaco por cohetes, según los pintorescos rusos…
Hacía mucho, sin embargo, que no me tocaba encontrarme con algo como lo que sigue: una versión en «clave cubana» de Noche oscura (Tiómnaya Noch), una de las canciones más arraigadas en la memoria de los rusos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial o la padecieron.
Aparecida originalmente en Dos soldados, de Leonid Lukov, película rodada en medio de la guerra, ahora Leonid Agutin, a quien recordarán cantando en La Habana en enero pasado, y el cubano Orlando Valle, «Maraca», le han adosado flauta y modificado la letra, cantan a medias en ruso y español, en busca de movimientos de caderas.
El resultado me parece espeluznante. (Tal vez no se lo parezca a todos ustedes, pero no apostaría por eso.)
Con todo, aquí lo comparto: es música escrita por cubanos y rusos sobre el pentagrama del poscomunismo.