Jorge Ferrer - 15/04/14
Categoría: Agua corriente, Cambios en Cuba, Exilio, Oposición, Poscastrismo, Transición
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Cuando publiqué aquí el 15 de noviembre de 2012 una nota titulada ‘Antonio Rodiles: lo que hay en juego’ no podía saber que se iba a convertir en la cuarta entrada más vista, y reproducida, en este blog en todo ese año, como consigné más tarde al ofrecerles ese resumen. Que lo fuera me hizo feliz, porque leí en ese desparrame una señal de que aun habiendo sido derrotados por el castrismo –y no se me hagan los gallitos–, todavía sabemos leer las señales que indican la puerta de salida. La puerta de emergencia.
Era un post que reaccionaba a la carrera a una de las detenciones de Antonio G. Rodiles por la Seguridad del Estado cubana y llamaba a rebotar la denuncia de su arresto tanto como pudieran mis lectores. Y los lectores de otros que fueran también los míos.
Abundé entonces sobre lo que ya había dicho antes más de una vez: que Estado de SATS es la plataforma de oposición al castrismo que me parece la más genuina de cuantas –¡ay, como si fueran tantas!– pueblan –mal que meta aquí verbo con raíz en pueblo– el paisaje de la oposición interna. Un paisaje donde asoma el rostro grotesco de los buscavisas que inundan Youtube con sus performances de camino al principio de la cola de la SINA e ismos varios, el peor de ellos el delirio del protagonismo. El peor después del buscavisismo, esa cifra constante y agobiante y vergonzante.
Mucho se ha hecho mal y más se hace peor desde que los opositores viajan en masa al extranjero y conocen a un ‘exilio profesional’ que les ofrece sus oficios, que son los del dinero para quien garantice el suyo… El exilio de los anticastristas profesionales. Los que viven de los Castro cobrando en dólares y no en CUCs repartidos en La Habana a los esbirros y periesbirros, sean en nómina o pagados a destajo como esa gentuza que abre la boca en los actos de repudio. Que la abre para insultar y para que se la llenen de comida. Comida en cajita de la DSE, carne’e’puerco de usar y tirar, de jamar y cagar y preguntar cuándo es el próximo pogromo.
No repetiré aquí lo que escribí en aquella nota sobre Estado de SATS. Sería parodia y más conveniente es que la repasen. Aquí está.
¿Que a qué esta nota ahora si ya teníamos aquella? Sencillo: he tenido ocasión de compartir con Antonio Rodiles unas cuantas horas en recientes días sucesivos. También de ver ‘Gusano’, el documental producido por Estado de SATS acerca del acto de repudio que sufrieron hace unos meses (se vio aquí entonces), de verlo sentado precisamente junto a Rodiles, de constatar su serenidad, su ausencia de cualquier vedetismo, su certeza de que es posible hacer oposición vertical e inteligente, una oposición firme y eficaz al castrismo. Al castrismo que conocíamos, pero sobre todo, sobre todo también, al castrismo que viene. A la máquina del poscastrismo.
Oigan, nenas, nenes: es bueno que sepan ustedes que hay camino que recorrer, lo que es obvio para todos, y que hay una vía opositora que entusiasma, que es motivo de admiración en teoría y praxis. Y ojalá también de movilización.
Cuando todo está perdido es bueno saber que no lo están todos. Se los dice alguien que dedicó algún tiempo de su vida a vagar por las montañas. A escalarlas con esfuerzo mayúsculo y a volver a casa después, montaña abajo y campo a través.

De contra:
Con Antonio G. Rodiles en Barcelona

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Jorge Ferrer - 15/08/13
Categoría: En El Nuevo Herald, Letra impresa, Transición
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Otra vía, otra más
Por Jorge Ferrer
Ya lo conté una vez en esta página. Un colega viajó a Myanmar hace un par de años y a su regreso le pregunté qué había oído decir allá de Aung San Suu Kyi, la líder opositora birmana. Me dijo haber constatado que la adoraban todos: el funcionario de la Junta en liquidación y el taxista, el académico y el barquero. La antigua Birmania se embarcaba por entonces en un proceso de transición que ha continuado profundizándose a lo largo de estos meses. Poco que ver con el ominoso “poco a poco” de Raúl Castro, ese general que vive en una Habana a la que el Trópico de Cáncer le sirve de boina, mientras a Rangún, al otro lado del mundo, le hace las veces de sombrero de copa a Thein Sein, quien renunció en 2010 a su rango de general para liderar la transición y abrir su país al mundo, sin Wojtyla que se lo pidiera. Lo reclamaba una oposición prestigiada en todo el mundo y sobre todo allá. Lo pedía a gritos la memoria de los sucesivos levantamientos estudiantiles contra la Junta y, muy especialmente, la de los millares de muertos en las protestas de agosto de 1988. Altos funcionarios del gobierno asistieron hace unos días a los actos por el 25 aniversario de aquella matanza, por cierto.
La transición en Myanmar vio a Hilton y Coca Cola aplaudiendo la buena nueva, como lo hicieron las multinacionales de la energía y las telecomunicaciones, todas con los ojos apuntando a ese enclave del Sudeste asiático, un país inmenso que pasa a formar parte de este mundo tras medio siglo de cerrazón y ostracismo bajo un régimen militar. La licitación en junio pasado de dos licencias de telecomunicaciones que ganaron la noruega Telenor y la qatarí Ooredoo fue elogiada por todos los consultores y empresas involucrados como un proceso de transparencia (casi) ejemplar.
Por otra parte, las visitas de Barack Obama a Rangún y de Thein Sein a la Casa Blanca, tanto como el viaje de Suu Kyi a Londres, Washington y Oslo, donde recibió por fin el Premio Nobel que le fuera concedido en 1991, han sido muestras espectaculares de que el proceso va en serio. No obstante, es dentro del país, con sus sesenta millones de habitantes, sus explosivos conflictos étnico-religiosos y un subsuelo rico en recursos naturales apetecidos por todos y con especial interés por la China que se juega una buena partida de mahjong con Occidente de invitado que vuela desde lejos a operar en tablero limítrofe, que se decidirá la suerte de un país que abandona a Corea del Norte y a Cuba en la escasa nómina de tiranosaurios dibujados sobre el mapamundi.
Tal vez pocos gestos sean más elocuentes del ambiente de reconciliación que las declaraciones que hizo el pasado mes de abril U Soe Thane, antiguo militar de alto rango y hoy ministro encargado del desarrollo de la economía en el período de transición, al Financial Times: “Aung San Suu Kyi es un icono democrático y Thein Sein es un icono de las reformas”. Así, tejida de esos mimbres se está construyendo la Myanmar del mañana, donde gobierno y oposición comparten un mismo propósito: encauzar al país por la senda de la economía globalizada, aspirar a un crecimiento económico notable suspendido el embargo, ganar la paz social desde la concordia democrática.
La Cuba de Raúl Castro podría mirar a Myanmar, y seguramente lo está haciendo de soslayo, al tiempo que se mira en el espejo de Vietnam, Rusia o China, cuya suerte ansía. Hay una salida birmana. Pero La Habana que se ha visto reunida con Corea del Norte en los titulares estos días no elegirá la vía rápida hacia la Coca Cola. Ya se vio en el Canal de Panamá que lo suyo es derramar guarapo hasta el fin de los días.
La columna “Otra vía, otra más” aparece publicada en la edición de hoy del diario El Nuevo Herald.
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Jorge Ferrer - 12/06/13
Categoría: Cambios en Cuba, Castro & Family, En El Nuevo Herald, Letra impresa, Transición
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El impúdico mañana
Por Jorge Ferrer
La alegre impudicia con que los vástagos de la familia Castro se han asomado al paisaje del postcastrismo no niega la existencia –algún lector preferirá que escriba “la inminencia”– de este. En cierto modo la confirma, en tanto la dota de una dimensión insospechada hace una década. A saber, la de un mañana en el que los viejos Castro permanecerán como memoria y referencia, sea por exclusión o reafirmación para los agentes sociales que vendrán –eso ya lo sabíamos–, pero en el que también los nuevos Castro sean actores encaramados a los titulares, porque partícipes, beneficiarios y, en cierto modo, tal vez también agentes de la transición.
Se asoman ya hoy, sea en paisajes tan distintos de esa Cuba emergente como la reivindicación de los derechos de los homosexuales que ha hecho célebre a Mariela Castro y le ha granjeado no escasas simpatías, o sentando cátedra en los predios del béisbol –la vicepresidencia de la Federación Internacional de Béisbol (IBAF) que ostenta no es precisamente una bicoca– y el golf, como Antonio Castro, hijo de Fidel y Dalia Soto del Valle. El trofeo que el último ganó hoyo a hoyo en Varadero antes de que los estanquillos de La Rampa o Cuatro Caminos cuenten con versiones locales de revistas que nos cuenten sus hazañas en papel couché no es más que un avance de lo que vendrá. Que vendrá. La fotografía que el hoy jubilado Benedicto XVI se hizo rodeado de Fidel Castro, Dalia Soto del Valle y tres de sus hijos fue, tal vez, la expresión más conspicua de ese outing.
Con todo, y aun siendo los primos Mariela y Antonio Castro los dos rostros más visibles de esa segunda generación, mucho más relevantes, por obscenos, son los roles ejercidos por Luis Alberto Rodríguez López-Calleja y Raúl Rodríguez Castro. El primero, casado con Deborah Castro y según algunas fuentes en trámites de divorcio, es quien controla el holding empresarial GAESA, lo que equivale a dominar el núcleo de la economía cubana del hoy y el mañana; el segundo, nieto que no se aparta de las cámaras que enfocan a Raúl y hasta apareció sentado entre los presidentes invitados al funeral de Hugo Chávez como un cargo electo más –nieto, por cierto, cuyas luces se dicen más escasas que las que alumbraban La Habana a principios de los noventa. Ahí asoma también Alejandro Castro Espín, autor de un libro cuya presentación me sorprendió hace unos meses en una librería de Moscú mientras buscaba, vaya paradoja, las cartas de Vasili Grossman en sus años más tristes. La misma ciudad donde he conocido a tantos que se apearon del coche oficial del “partido” o la KGB para subirse enseguida al Mercedes-Benz de la prosperidad postcomunista.
No era así en el pasado, ¿lo recuerdan? Antes corrían anécdotas de quienes compartían escuela con los vástagos de los Castro, de quienes decían haber visto a las hijas de Raúl viajando en guaguas empujón a empujón y dejando el níquel en la ranura de la alcancía. Antes era evidente que gozaban de privilegios mayúsculos en medio de una población empobrecida, pero sus vidas, piscinas y comidas servidas por solícitas criadas, transcurrían bajo la opacidad de un régimen sin herederos de sangre. Eran hijos, sobrinos y nietos invisibles para los ojos y la historia. Antes los Castro presumían de una vida espartana y una ausencia de vocación hereditaria que los alejaba de otras dinastías. Lo suyo iba a acabarse con ellos, creíamos. Pero, ay, también eso era mentira.
Ahora, parafraseando a Cicerón, otros son los tiempos y otras las costumbres.
No ha de sorprender a nadie que así sea. El retorno de la Cuba de la anormalidad a la condición de paisito normal presupone también que la sobrevivencia de las elites sea la regla. Y los Castro que nunca dejaron escapar a la Cuba miserable, menos la dejarán escapar cuando dé los réditos, políticos o económicos, que ya se anuncian.
Una Cuba que abandone su excepcionalidad será también una Cuba en la que nos toque convivir con esta impudicia.
La columna “El impúdico mañana” aparece publicada en la edición de hoy del diario El Nuevo Herald.
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