Jorge Ferrer - 15/08/22
Categoría: En El Mundo, Entrevistas, Exilio, Guerra de Rusia contra Ucrania, Letra impresa, Libros, Literatura, Memoria, Periodismo, Poscomunismo, Rusia, Ucrania, Uncategorized | Etiquetas: Entrevista, Formentor, Liudmila Ulítskaya, Premio Formentor, Ulítskaya
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Liudmila Ulítskaya recibió el Premio Formentor 2022. La había entrevistado unos meses antes, cuando estalló la guerra del Estado ruso contra Ucrania. Aquella entrevista se puede leer aquí. El Premio, no obstante, requería y permitía una conversación distinta con una Ulítskaya, además, ya exiliada en Berlín.
La entrevista se publicó en el diario El Mundo el 2 de mayo de 2022. El original se puede consultar aquí.

Liudmila Ulítskaya: “Habría sido mejor que me hubiera muerto antes de la guerra”
Por JORGE FERRER
Barcelona
La escritora rusa fue elegida Premio Formentor la semana pasada: un alivio en los meses oscuros que han seguido a la invasión de Ucrania y a su exilio en Berlín.
Liudmila Ulítskaya recibió la pasada semana la noticia del Premio Formentor en su recién estrenado exilio de Berlín. La gran escritora rusa ha novelado a personajes que pueblan un mundo habitado por figuras que vindican la historia grande y la más pequeña: la memoria de un siglo y sus añicos.
Pregunta: ¡Nada menos que el Premio Formentor! ¡Y eso en estos días tan complejos para usted y para la cultura rusa!
Respuesta: Estoy sorprendida; no me lo esperaba para nada. Es un gran honor formar parte de la lista de premiados del Formentor. Yo de estas cosas siempre me alegro tanto como me sorprenden. Me ha pillado en Berlín, en la extraña situación en la que nos hemos visto metidos muchos rusos ahora. Abandonamos nuestro país sin saber cuándo podremos volver.
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P. Hablo con muchos lectores de literatura rusa y debo decirle que nadie despierta un entusiasmo tan unánime como usted, tanto en Rusia como aquí en España. ¿Cómo lo consigue?
R. El misterio es muy sencillo. Escribo dirigiéndome a mis amigos, a las personas que quiero, y, por lo visto, mis lectores lo perciben así.
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P. Usted se ha movido en muchos registros y ha escrito sobre personajes muy distintos, como si todo le supiera a poco. En Sóniechka, por ejemplo, está la vida de una mujer solitaria, la historia de una de esas personas sin historia, como se suele decir…
R. Detrás de Sóniechka hay varias mujeres que se cruzaron en mi vida. Sóniechka no es una invención pura, digamos. Es el reflejo de mujeres concretas a las que pude observar, un tipo de persona que conocí y me despertó un interés enorme.
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P. Algo que dista de ser una excepción en su obra, porque el protagonista de la novela, Daniel Stein, traductor, es también alguien a quien usted conoció…
R. Así es. Fue un hombre que viajaba de Tel Aviv a Minsk y vino a mi casa, donde pasó un día entero. Unas 10 personas acudieron a verlo allí esos días. Pasaron muchos años antes de que me atreviera a escribir ese libro. Tuve que esperar a que él muriera, porque no habría tenido el coraje de escribir ese libro y exponerme a su reacción.
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P. Se trata de un gran libro acerca de la religión, de la búsqueda de Dios, del diálogo entre religiones. Cuestiones que a usted nunca la abandonan.
R. Y también sobre la figura del traductor, aquel que traduce de una lengua a otra y, en el caso de Daniel, de la lengua humana a la divina y viceversa. Se trata de una función tremendamente importante. Es raro encontrar a personas con el don de la interpretación, la capacidad de transmitir textos que resultan cruciales para la suerte común de la Humanidad.
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P. A los escritores se les suele preguntar por qué escriben. Ante la enormidad de su obra y la sordidez de estos tiempos prefiero preguntarle por qué escribe todavía…
R. Ah, pero si es que yo no escribo ya. Ya no escribo, de veras. Mis textos son cada vez más y más breves. Comencé escribiendo relatos, después escribí un buen número de novelas, antes de volver a los textos breves. Últimamente he estado escribiendo textos que no rebasan la media página. Ese camino hacia el laconismo probablemente acabe conmigo callada ya por fin.
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P. Fuera de Rusia se suele pensar que el rol social del escritor en su país y la veneración que les profesan los lectores son enormes
R. Yo diría que ese prestigio ha terminado ya. El rol del escritor como profeta, como alguien cuyas ideas políticas o su estatura como artista importan a la sociedad, fue cosa del siglo XIX y principios del XX, del pasado.
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P. Y después está el problema del cisma que ocurre a veces entre los escritores y el pueblo, como sucede ahora en Rusia con la guerra contra Ucrania…
R. Me cuesta mostrarme conforme con eso, porque debo admitir que yo, que he vivido en Moscú en medio de un ambiente muy determinado, de intelectuales y artistas, es probable que conozca muy mal al pueblo ruso. Apenas me relaciono con personas a las que pudiéramos adscribir a esa noción de pueblo. De hecho, ni siquiera sé si esas personas existen. La idea del pueblo ruso es un mito. Y ya es hora de que admitamos que hay mitos que no rebasan esa condición.
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P. Fíjese, Liudmila, que en un rato de conversación ya le ha dado tiempo para matar al escritor como portavoz del pueblo y hasta al pueblo mismo. ¡Se nos está muriendo todo el mundo aquí!
R. Todo el mundo se muere, naturalmente, y sin la muerte no existiría la vida. Así que bendita sea la muerte. Todos los grandes poetas sabían que la muerte llena a la vida de contenido. La riqueza y el poder que ostenta la vida se debe a que es finita. Y dado que acabará, a la vida hay que saber capturarla, observarla y, cuando ello es posible, reflejarla. Ese es, esencialmente, el trabajo de todo artista.
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P. Hay un libro suyo que opera muy bien en ese registro con la vida y con la tradición. Desafortunadamente, se trata de uno que aún no tenemos en español: La escalera de Yakov. En él dibuja la línea que une a una nieta con su abuelo. Es un gran libro sobre la memoria…
R. Habla de la memoria, sin duda alguna. Cuando hablo con mis lectores sobre este libro siempre les digo que cada persona ha de escribir su propio equivalente de La escalera de Yakov, porque ese es su deber para con sus antepasados y sus descendientes. Todos debemos dibujar esa línea y hacerlo conscientemente y con precisión para así transmitir la memoria de generación en generación. El antepasado más antiguo del que tengo noticia es mi tatarabuelo. Sirvió en el Ejército zarista durante la Guerra de Crimea. Suya es la primera fotografía familiar que conservo. Y el hecho de que la guardemos es tremendamente importante. Saber que esa persona existió. En aquella época, el servicio en el Ejército zarista era de 25 años. A mi tatarabuelo se lo llevaron siendo un niño de 13 años, sirvió otros 25 y después se casó y nacieron sus hijos, mis bisabuelos. Y así hasta mí.
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P. Ese recuerdo nos devuelve a la guerra. La última vez que hablamos la llamé a su apartamento en Moscú cuando acababa de estallar la guerra. Han pasado dos meses y estamos atrapados en el pantano al que nos arrastró Putin.
R. El 24 de febrero de 2022 fui consciente de que se había trazado una raya que separaba mi vida pasada y lo que me quedara por vivir. Lo primero que me vino a la mente aquel día fue que habría sido mejor que me hubiera muerto antes de que llegara. Este tramo de vida está siendo increíblemente duro. Nos tuvimos que marchar de Rusia, porque no soy capaz de acomodar mi espíritu a la guerra. Y no la aceptaré jamás.
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P. En estos días de cancelación de la cultura rusa en el mundo occidental, la premian.
R. Me emocionó mucho, sí, que mientras la política rusa resulta algo tóxico para el mundo entero, el jurado considerara dar el premio a una autora rusa. Es de veras sorprendente.
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P. Tal vez sin quererlo, pero el premio también ha sido para la cultura rusa exiliada.
R. Me encuentro ahora en Berlín. Hace exactamente 100 años, en los años 20 del siglo pasado, Berlín estaba llena de emigrantes rusos que crearon una cultura extraordinaria, una cultura en el exilio. Y décadas después todo aquello retornó a Rusia e integró por derecho propio el tronco de la cultura rusa. Es difícil imaginar hoy el cuerpo de nuestra tradición sin Iván Bunin o Vladímir Nabokov o tantos otros autores obligados a marchar del país. De modo que de esta situación actual saldrán frutos muy jugosos. Será duro, sí, pero al arte le gustan los cataclismos, las conmociones sociales; la cultura responde bien a esos obstáculos.
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P. ¿Ya se le ha pegado a la piel la etiqueta de emigrada y refugiada política?
R. Todavía me siento confundida. No acabo de asimilar esa condición. Tengo la esperanza de volver a mi país, aunque resulte imposible mientras esta guerra no pare.
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Jorge Ferrer - 21/03/18
Categoría: Letra impresa, Libros, Literatura, Poscomunismo, Rusia, Traducciones | Etiquetas: Aleksiévich, Literatura contemporánea en Rusia, Literatura rusa, Rusia en la prensa española, Rusia en los medios españoles, Ulítskaya, Русская литература в Испании, Россия в испанских медиа
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Recojo aquí para archivo este oportuno reportaje de Paula Corroto, donde comento varios aspectos de la situación de la literatura en la Rusia de hoy. El texto apareció publicado originalmente en el diario El País el 18/03/2018. Véase la edición original.

Los escritores de la era Putin
Un repaso a una realidad literaria en la que las subvenciones tratan de impedir que no decaiga la calidad y las traducciones buscan influencia en el extranjero, pero donde la crítica es residual
Paula Corroto / El País, 20 de marzo de 2018
Rusia es una de las madres de la literatura contemporánea. De su seno han surgido nombres que no pueden escapar al canon como Pushkin, Chéjov, Dostoievski, Tolstoi o Nabokov, sólo por citar cinco grandes nombres. Y los rusos lo saben. Sus libros son una buena marca del país, por lo que no extraña que en los últimos años hayan llegado a las librerías españolas —traducidos por una buena generación de traductores— un gran número de nuevos escritores, nacidos en su mayoría a partir de los años setenta, que llegan además con muchos premios literarios bajo el brazo. Galardones que, como afirma el traductor Jorge Ferrer, “son garantía de calidad extraordinaria, a diferencia de lo que nos sucede en España, donde los premios literarios, con salvedades, carecen de un verdadero prestigio literario. En Rusia, donde la corrupción y el dirigismo lo permean todo, esos premios, hasta donde yo sé y veo y leo, permanecen aferrados a la pureza, al empuje de descubrir los trazos de un canon e ir fijándolo. Como si los rusos supieran que todo se puede pudrir, menos la literatura, que todo se puede corromper, menos la estatura que tiene la literatura rusa desde el siglo XIX en adelante”.
¿Las subvenciones anulan la crítica política, social? No del todo, aunque la voz contra el putinismo se alza con cuidado. No sólo han sido los premios. En los últimos tiempos, Rusia decidió dotar de buenos fondos a la traducción. Es la manera de que su voz pueda atravesar las fronteras de este país gigante. Así lo reconocen, además de Ferrer, otros traductores de este idioma como Marta Rebón, o la editora Lucía Barahona, de Automática Editorial, un sello donde más de 60% de sus autores procede de este país. “El gobierno ruso creó un instituto de la traducción y han dado muchísimas ayudas. Sobre todo hace unos años. Fue una partida que hubo, y muchas de las obras que nos han llegado últimamente, también los grandes clásicos, proceden de estas ayudas. También hay un organismo autónomo, el Instituto Projorov, que ha dado mucho dinero y nos ha ido premiando a los traductores”, sostiene Rebón. “Sí, desde hace unos años el gobierno ruso está metiendo mucho dinero a la traducción y también a los escritores. De hecho, hay gran cantidad de de blogs con gente que está siguiendo a este nuevo universo de literatos. Y nosotros nos fijamos mucho para ver qué es lo que sale de ahí”, añade Barahona.
¿Las subvenciones anulan la crítica política, social? No del todo, aunque la voz contra el putinismo se alza con cuidado. Como señala el traductor Ferrer, “hay de todo como en botica. Zajar Prilepin se ha ido a la guerra en Ucrania del lado ruso; Guzel Yájina prefiere no hablar de política. La gran dama de la literatura rusa Liudmila Ulítskaya sí se ha convertido en una voz fundamental de la oposición liberal al putinismo y ha sido hostigada por ello. También la bielorrusa y Nobel Svetlana Aleksiévich, cuyo último libro El fin del homo sovieticus, que traduje para Acantilado, generó una polémica enorme en Rusia, nada favorable a ella. En la subdemocracia o democracia de baja intensidad que es Rusia, el rol del intelectual vuelve a ser aquel de consciencia y elocuencia de la sociedad que quería Foucault”. Rebón, por su parte, indica que al hacer su trabajo, jamás ha tenido un problema de censura, “y en el mundo de la literatura promocionan a gente que también ha sido muy crítica con el gobierno”.
Precisamente, entre estos ejemplos, la editora Lucía Barahona cita Exodo, de DJ Stalingrad, (Automática, 2015), que retrata la Rusia del nuevo milenio donde la URSS ya sólo queda como un mero recuerdo, y “aunque no menciona a Putin, sí está todo englobado dentro del capitalismo y neoliberalismo brutal del país. Cuenta cómo está la juventud allí, que quiere hacer otra cosa que no sea dentro de ese sistema neoliberal”.
Las nuevas temáticas: distopías, guerra y pasado sofisticado
De alguna manera, las narraciones distópicas ayudan a retratar una actualidad con la posibilidad de evitar censuras. Y este es un género que también está pegando fuerte en la Rusia actual (y que llega a España). Son autores como Anna Starobinets (Refugio 3/9, Nevsky, 2015), Vladímir Sorokin (El día del opríchnik, Alfaguara, 2008), Dmitri Glukhovsky (Metro 2033, Timun Mas, 2013) o Andrei Rubanov (Clorofilia, Minotauro, 2012). Para Barahona, esto se debe a que después de la caída de la URSS “se vivieron momentos difíciles por lo que no es extraño mirar otros universos donde las cosas pudieran ser al menos diferentes. Si conviertes algo en una distopía puedes poner un punto de partida diferente, uno que tú construyes y el lector acepta”.
Desde el Centro Ruso de Ciencia y Cultura, en Madrid, encargado de las actividades para promocionar la cultura rusa, Natalia Sarymova también comenta que esta es una de las tendencias más actuales. “Son historias terribles donde se desarrollan acontecimientos. No se sabe si pretenden asustar o quitar el miedo. También se habla del control de las redes sociales. El razonamiento sobre la corrección política y la tolerancia: ¿pueden indicar el comienzo de la destrucción de la humanidad? Indudablemente este género de literatura va a continuar. Las catástrofes y las historias macabras tienen larga vida”.
Otras temáticas son las guerras y la mirada al pasado, al estalinismo. Sobre la primera Sarymova afirma que es cierto que han aparecido “novelas muy duras y al mismo tiempo filosóficas” sobre la guerra y la cárcel con personajes en situaciones inhumanas. Un buen ejemplo es Patologías, de Prilepin, que aborda su experiencia personal en Chechenia. Sobre la mirada al estalinismo, Jorge Ferrer comenta que ahora es mucho más sofisticada que en años posteriores al régimen soviético, cuando tuvo un marcado carácter de denuncia. “En este caso destacan las novelas de Yájina, Zuleija abre los ojos y El Convento, de Prilepin: el estalinismo visto como espacio sometido a la literatura y no como cárcel que sometió a los literatos. Es un cambio de perspectiva extraordinario”, afirma el traductor.
Los nuevos escritores seguirán llegando a las librerías. En parte por el dinero ruso, aunque “la crisis económica en Rusia, que ha sido severa y de la que apenas comienzan a salir, ha golpeado los fondos de los que se nutren esos proyectos”, admite Ferrer; pero también porque en España hay una buena cantera de traductores, como sostiene Marta Rebón: “A raíz de los estudios de Filología Eslava salieron muchos. Y dentro de diez años tendremos emigrados, los hijos de los rusos de la Costa del Sol, y vamos a tener a hijos de rusos que dominan perfectamente el español y esto se notará en las librerías, porque buscarán libros que les hablen de sus países de origen”. Y Rusia, además, seguirá haciendo marca de país con su literatura.
RUSOS A LOS QUE SEGUIR LA PISTA
Guzel Yájina (Kazán, 1977). Ganadora del premio Booker ruso por la novelaZuleija abre los ojos, de próxima publicación en Acantilado. Se trata de una relectura del estalinismo, concretamente de la deportación de los tártaros a Siberia por Stalin.
Zajar Prilepin (Oblast de Riazán, 1975). Autor de novelas comoPatologías (Sajalín, 2012), en la cuenta su experiencia personal en el guerra de Chechenia. Próximamente se publicará El convento, una aproximación al Gulag.
Gary Shteyngart (San Petersburgo, 1972). Ha publicado en España las novelas El manual del debutante ruso(Alfaguara, 2010), Absurdistán (Alfaguara, 2008) o Pequeño fracaso(Libros del Asteroide, 2015) en el que rememora su infancia en la URSS.
Alisa Ganiyeva (Moscú, 1985). Ha obtenido varios premios y en Rusia se la considera una de las grandes apuestas literarias de las nuevas generaciones. Es autora de novelas como La montaña festiva (Turner), un retrato realista del Daguestán actual.
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